Editorial
Otra Fiesta Nacional difícil
España es una vieja nación, con una larga y rica historia, que hoy celebra que sus ciudadanos han construido una sociedad con libertades y un grado de bienestar sin precedentes
Los españoles celebramos hoy la Fiesta Nacional en un contexto extraordinariamente complejo de inestabilidad institucional, crisis económica y deriva política. Sin embargo, es la única ocasión que existe cada año para celebrar que España es una vieja nación, con sus aciertos y errores a lo largo de su historia, pero cuya propia pervivencia actual demuestra que los primeros han sido más numerosos que los segundos. Es un día también en el que conmemoramos que participamos de un proyecto colectivo que trasciende las coyunturas, que mantiene su ánimo de continuidad en torno a la Monarquía constitucional, y que expresa su orgullo de compartir un patrimonio histórico, cultural y social tan rico y diverso que son muy pocos los países, incluso de nuestro entorno, que pueden exhibir una trayectoria similar. La Fiesta Nacional siempre es un momento para evaluar el estado real de los elementos simbólicos de la nación, muchas veces denostados por quienes no tienen más argumentos para afirmar su identidad que el hecho de ofender la de otros. La fecha elegida por la ley, el 12 de octubre, es una efeméride de alcance universal que marca el momento en que España comienza a proyectarse fuera del continente europeo. Esa aventura globalizadora cuajó en un legado lingüístico y cultural que hoy está siendo objeto de revisión al otro lado del Atlántico bajo la forma de un victimismo inmaduro que falsifica la historia a placer con el único fin, ya no de construir nuevas naciones, sino de destruir un vínculo tan poderoso como el que creó el afortunado proceso de mestizaje del que da buena cuenta la realidad cotidiana de toda Iberoamérica. Y este proceso se produce justo cuando España vive su periodo más largo de convivencia democrática reforzado por su integración en el proyecto europeo, y cuando puede ofrecer su mejor ejemplo histórico a unos países hacia los que solo existen sentimientos de amistad y fraternidad.
El rechazo a los símbolos españoles, y a la unidad nacional, también se reproduce entre los nacionalismos peninsulares, aunque, afortunadamente, en un tono menos lesivo que en otras ocasiones. Este octubre no se parece en casi nada al de 2017, cuando el separatismo puso en jaque al Estado en Cataluña. Aunque la amenaza de repetir ese desafío a la Constitución sigue vigente, el estado de la política catalana es de tal postración que sus ciudadanos ya no pueden seguir ocultando que quienes les prometieron una independencia unilateal solo les trajeron decadencia. Y hay que condenar que Bildu, envalentonada por su capacidad para condicionar la acción del Gobierno de Pedro Sánchez, recupere la radicalidad de antiguas consignas y reclame la salida del País Vasco de la Guardia Civil, a la que tacha de «fuerza de ocupación». Afirmar que en la Fiesta Nacional ellos no tienen «nada que celebrar», y estar a la vez encantados de condicionar los Presupuestos, es muy contradictorio.
La tradición marca que se conmemore la Fiesta con un desfile militar. Han sido los Ejércitos los custodios de los símbolos a los que los españoles atendemos. Los militares representan la fuerza del Estado moderno, una institución que ha tenido que adaptarse al modelo autonómico, pero que ha demostrado que es capaz de salvaguardar la unidad nacional cuando esta se ve amenazada. La solemnidad de la ocasión demanda evitar actos de desprecio públicos al presidente del Gobierno y que se respete en esta efeméride su papel institucional. Hoy es un día para celebrar que hemos construido una sociedad que goza de libertades y de un bienestar elocuente, y eso debe estar por encima de cualquier coyuntura política, económica o social.
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