Editorial

La Fiesta Nacional, causa común

Nunca las instituciones habían acudido a la celebración de un 12 de Octubre en este grado de deterioro y falta de credibilidad, porque la separación de poderes se está degradando

Las celebraciones de la Fiesta Nacional han sido de nuevo una reivindicación de tres principios fundamentales en nuestra democracia, como son la soberanía y la unidad nacional, la vigencia de la Constitución como herramienta esencial de convivencia, y la permanencia de la Monarquía como eje ... de nuestro sistema político. Nunca es edificante politizar la Fiesta Nacional, pero en este contexto tan adverso para España resulta difícilmente evitable. Nunca es conveniente que se increpe, se insulte o se abuchee a ningún presidente del Gobierno, pero lo cierto es que cuando eso se viene produciendo de forma constante con Pedro Sánchez no es posible sustraerse a la idea de que las protestas constituyen un termómetro social de discrepancia. Y desde luego este año se dan todas las condiciones para dar salida a este malestar, con una investidura que depende, según estamos conociendo, de conceder a cambio una amnistía política y hasta abordar las condiciones para un referéndum de autodeterminación; en definitiva, un año en el que lo que está en entredicho es la unidad nacional, la quiebra de la Constitución y la igualdad entre los españoles. En realidad, increpando a Sánchez lo que se rechaza con contundencia es un modo de gobernar, una manera de negociar con quienes deciden sabotear a la nación y al Rey, y una ostensible cesión a los intereses del independentismo. Por eso se le increpa, por indeseable que resulte esa manera de discrepar en un día que debería ser de fiesta y celebración. El intento del PSOE de culpar a la oposición, como si se tratase de una acción orquestada para agitar y radicalizar a la calle, no es sino un síntoma evidente de autoengaño. De nada sirvió al Ejecutivo cambiar el recorrido, alejar la tribuna de Sánchez, y encapsular deliberadamente al público para intentar poner sordina a los gritos.

El desfile militar tuvo un realce excepcional con la presencia de la Princesa de Asturias en la tribuna que presidía Don Felipe, vestida por primera vez de dama cadete de la Academia General Militar. Encierra un valor extraordinario como símbolo de continuidad dinástica y de reafirmación de la Monarquía como factor de unidad nacional en un contexto verdaderamente complejo para España, con un Gobierno en funciones capaz de ceder a las coacciones del separatismo, y con la Justicia sometida a un acoso constante para ser controlada desde el poder ejecutivo. El desafío colectivo para la salvaguarda de principios constitucionales que están siendo puestos en cuestión, cuando no directamente negados por el Gobierno, es inmenso. De ahí que siga siendo una prioridad exigir a Sánchez un ejercicio de responsabilidad que deje de poner a España al servicio de la causa separatista. Conviene no olvidar que en el mismo Ejecutivo conviven una ministra de Defensa que invoca mensajes de unidad nacional y patriotismo a nuestras Fuerzas Armadas, y otros ministros que se abrazan con Carles Puigdemont, proponen delirantes documentos justificativos de una amnistía y rechazan la Monarquía. Incluso Sánchez ha rehabilitado los delitos de Junqueras, y parece dispuesto a hacer lo mismo con Puigdemont o con Otegi.

El momento para España es extraordinariamente delicado. Nunca las instituciones habían acudido a una Fiesta Nacional en este grado de deterioro y falta de credibilidad porque la separación de poderes se está degradando. Por eso cobra más valor aún que ningún otro año la reivindicación de los símbolos y tradiciones que encarna la Fiesta Nacional como expresión colectiva de una causa común frente a quienes se han propuesto destruirla.

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