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EDITORIAL

Eutanasia y ELA

Elevar a norma jurídica el derecho a morir sin asegurar correlativamente el derecho a seguir viviendo a través de unos cuidados paliativos es una forma de negar la dignidad del hombre

Editorial ABC

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Los datos hablan por sí mismos: en 2022, una de cada cinco personas que falleció por eutanasia sufría esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una enfermedad degenerativa incurable. Hace pocos días, el exfutbolista Juan Carlos Unzué, una de las caras visibles de esta enfermedad, se topó ... con una escasa asistencia de diputados (sólo cinco) a una jornada convocada en el Congreso de los Diputados por el Consorcio Nacional de Entidades de ELA. La legítima indignación de Unzué por la indiferencia parlamentaria tiene el contexto de una inexplicable pasividad de los grupos del Congreso para retomar la proposición de ley para apoyar a los enfermos de ELA que decayó por la convocatoria de las elecciones celebradas el 23 de julio de 2023. En un tiempo de extremas sensibilidades por el medio ambiente y los derechos de los animales, de discursos trufados de referencias a «entornos saludables» y «espacios seguros», de proclamas sobre nuevos derechos y avances sociales, la falta de respuesta política a los enfermos de ELA es una enmienda a la totalidad del pensamiento buenista. No sería razonable achacar a la falta de ley la existencia de la enfermedad. Nadie incurre en este error de planteamiento, menos aún los propios enfermos y sus familias. Pero es cierto que la falta de una ley que les asegure un nivel suficiente de atención sanitaria no solo agrava las consecuencias de una enfermedad despiadada, sino que conduce a muchos enfermos sin recursos, pero deseosos de seguir viviendo, a plantearse la eutanasia como la única opción ofrecida por el Estado.

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