Editorial
Electoralismo de Robin Hood
No es solo la Banca la que se opone al nuevo impuesto anunciado por Sánchez para gravar sus beneficios; también De Cos ha alertado de que se pondrá en riesgo la solvencia del sistema
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Iniciar sesiónIncurrir en el simplismo de afirmar que es imprescindible un nuevo impuesto sobre los 'beneficios extraordinarios' de la Banca, como hizo Pedro Sánchez en el debate sobre el Estado de la Nación, es tanto como tratar a los ciudadanos con una ingenuidad impropia de ... la seriedad y trascendencia que merece este debate. Los impuestos no son buenos o malos 'per se'. Ni siquiera son ideológicos. Son necesarios para sostener cualquier sistema social en aras del interés general. Sin embargo, su utilización con fines políticos sí adquiere matices y exige una evaluación de sus pros y sus contras. Tiene lógica que un Gobierno de izquierdas quiera alentar un discurso que estigmatice a la Banca y a las grandes fortunas porque penalizar fiscalmente al mundo del dinero o a las multinacionales cotiza siempre al alza en el ideario progresista. Por otro lado, es igualmente lógico que la Banca se oponga, entre otros motivos porque el Ejecutivo, más allá de lanzar mensajes fáciles y de entusiasta aceptación para la mayoría de la sociedad, ni siquiera ha definido aún cuáles son los 'beneficios extraordinarios' que quiere gravar ahora. Sin embargo, lo más significativo es que el gobernador del Banco de España se sumase ayer a las tesis de la Banca y se enfrentase a Nadia Calviño, porque ese impuesto puede poner en riesgo la solvencia de las entidades financieras y el cumplimiento de su papel en la superación de la inflación.
Calviño se reunió con los representantes de los bancos para decirles que son hechos consumados. De hecho, Sánchez hizo su anuncio por sorpresa y sin haber pactado nada antes para causar un efecto amplificador de su nueva 'medida estrella'. Tampoco consta que el Gobierno haya dispuesto ningún mecanismo que impida a la Banca repercutir el alza impositiva sobre los clientes y consumidores. Y difícilmente podrá impedir La Moncloa que eso ocurra por más que se empeñe en lo contrario con tanta palabrería. Será un impuesto temporal a dos años, y con el propósito de que el Estado ingrese entre 1.500 y 3.000 millones. La Asociación Española de la Banca ya ha advertido de que ese impuesto repercutirá negativamente en la capacidad de los bancos para financiarse en el mercado, y después afectará en cascada a los créditos a familias y empresas. Parece de cajón. Pero eso es lo que el Gobierno niega.
La medida no deja de tener cinismo argumentativo. Si es urgente penalizar a los bancos, también debería serlo rebajar los impuestos a los ciudadanos con los más de 15.000 millones extra que está ingresando por el encarecimiento de la energía. Pero a La Moncloa le queda mejor el 'mensaje Robin Hood' y cambiar las reglas de juego a conveniencia de parte con criterios electoralistas. La clave de la lucha contra la inflación también está en reducir el déficit, gasto y deuda. Pero si solo se basa en criminalizar a la banca en este contexto de globalización, nada tiene demasiado sentido. El mensaje de la usura ideológica está desfasado ya, incluso para la izquierda. Cuando la banca ha incurrido en abusos, y ha sido en numerosas ocasiones, los tribunales han marcado las pautas y doctrinas para corregirlo. En el fondo solo subyace un mensaje politizado y electoralista de Sánchez y de Podemos. Están conmocionados por los resultados de las elecciones andaluzas y recurren a cualquier argumento, incluso a caricaturizar a los «señores de los puros», como hizo Sánchez, para movilizar a sus bases ante próximas elecciones. El Gobierno idea una conspiración universal contra Sánchez, y la combate con victimismo, medidas facilonas para arrancar aplausos y eslóganes bonitos. Pero en realidad solo conseguirá gravar directamente a toda la clase media. Más demagogia.
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