editorial
El adiós de una Reina
La muerte de Isabel II ha sumido en una profunda conmoción al Reino Unido, setenta años después de iniciar un reinado marcado por éxitos de la Corona y zozobras personales
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Iniciar sesiónEL fallecimiento de la Reina Isabel II ha sumido a todo el Reino Unido en una profunda conmoción, que rápidamente se extendió por todo el planeta desde el mismo instante en que la televisión oficial británica, la BBC, decidió suspender su programación habitual y sus ... presentadores aparecían en pantalla vestidos de luto. El de Isabel II es el adiós de todo un símbolo con una innegable dimensión histórica de dignidad, aplomo y representatividad para todas las Monarquías del mundo. Tuvo la virtud de reinar durante siete décadas, viendo pasar ante sí a dieciséis primeros ministros del Reino Unido, desde Winston Churchill en la etapa más dramática de «sangre, sudor y lágrimas» para los británicos, hasta la recién designada, Liz Truss, pasando por Harold Macmillan, Margaret Thatcher, John Major, Tony Blair o Boris Johnson. Isabel II ha jalonado la trayectoria de más de setenta años vida pública en el Reino Unido, y sobre su fuerte presencia institucional y su capacidad de influencia social, política, cultural o religiosa, se ha fortalecido la democracia de la Europa occidental saliente de la Segunda Guerra Mundial. Durante los últimos meses, su estado de salud, cada vez más delicado, fue agravándose y fue ella misma quien decidió pasar sus últimos días en la residencia escocesa de Balmoral, donde falleció a los 96 años de edad.
En su reinado, Isabel II vivió tantos momentos de satisfacción como de zozobra institucional y personal. Alcanzó el trono en 1953, después del fallecimiento de su padre, el Rey Jorge, quien a su vez había sido coronado tras la renuncia de su hermano, Eduardo VIII. Antes, la Reina ya experimentó la dureza de sus obligaciones asumiendo funciones públicas durante la Segunda Guerra Mundial, cuando participó de las labores del sector femenino del Ejército británico. Eso marcaría el férreo, incluso distante, sentido institucional del que dotó a todo su reinado. El historiador Charles Powell recordó en estas páginas que la Monarquía británica siempre permanecerá indisolublemente unida al recuerdo de aquel conflicto bélico como experiencia colectiva, y a la nostalgia que suscita lo que Churchill definió como el 'finest hour' jamás protagonizado por sus conciudadanos. Después, la construcción europea, el proceso de descolonización en diversos países que habían pertenecido a la Commonwealth, la guerra fría, la caída del Muro de Berlín, o más recientemente el Brexit que tanto daño ha hecho a toda la Unión, han ido marcando cada tramo de un reinado marcado por severas dificultades.
Sin embargo, es en el ámbito familiar donde más sufrió Isabel II los rigores de su Corona y su exigencia de compatibilizar su papel de hija, hermana y madre con el hieratismo y la frialdad institucional inherente a su propia condición de sangre. No puede decirse que la Familia Real británica haya facilitado a Isabel II el poso y el sosiego necesario que requería su labor. Siempre resultó una tarea muy difícil de conciliar todos los intereses en juego: mantener a salvo la dignidad de la institución y no alejarla emocionalmente de la sociedad británica, garantizar la estabilidad de la Monarquía frente a episodios reiterados de antipatía o rechazo ciudadano, y mantener a raya los complejos equilibrios familiares, a menudo rotos con sonoras disputas internas, separaciones matrimoniales, vidas amorosas paralelas y escándalos varios. La trágica muerte de Diana de Gales hace veinticinco años marcó significativamente su reinado. La reacción de la Familia Real mostrando indolencia emocional hacia una mujer, convertida en un fenómeno de masas que había contribuido a humanizar a la Corona y a generar empatías que superaron las previsiones de Isabel II, obligó a la Corona a reiniciar un proceso de acercamiento a la ciudadanía. En aquel momento, la Monarquía tomó conciencia de que si bien es cierto que su futuro no podía depender solamente de su popularidad, tampoco ya era posible reinar de espaldas a las preocupaciones y aspiraciones de los británicos.
Isabel II vivió aclamada por una inmensa mayoría de su pueblo, incluso cuando en momentos duros, y fueron muchos, la Corona cayó en descrédito. Pero también vivió bajo críticas feroces que trataron de combatir su legitimidad histórica bajo la idea de que algunos valores y comportamientos de la liturgia regia habían quedado desfasados, o de que representó valores elitistas y privilegiados ajenos a la meritocracia. Isabel II siempre lo superó y en sus últimos años trabajó para recomponer la confianza de los británicos en una Monarquía encarnada en toda una seña de identidad patriótica, orgullo y tradición. Con Isabel II se marcha la Reina más longeva de la historia británica, y una de las que más tiempo han reinado en el mundo. Ahora, el Príncipe Carlos debe asumir un reto dinástico histórico.
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