tigres de papel
Somos Argentina, pero no por lo que usted piensa
La desdicha de España es que sus enemigos son mucho más constantes y generosos con su causa que quienes estarían llamados a defenderla
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Iniciar sesiónSomos Argentina. El diagnóstico lo habrán escuchado en multitud de ocasiones y con él se intenta establecer un paralelismo entre el proceso de degradación institucional sufrido por el país latinoamericano y el nuestro. La filiación explícita de líderes del PSOE con el kirchnerismo facilita ... la analogía y demuestra que para debilitar un Estado de derecho sólo hace falta una cosa: una generación de políticos dispuestos a abusar del poder encomendado. Y, por supuesto, una prensa afín que narre la gesta.
Todas las ideologías tienden a subrayar los excesos del adversario, pero la España conservadora estaría errando el diagnóstico si se conforma con acusar al peor ciclo socialista de la democracia. España hoy se encuentra expuesta a un proceso de debilitamiento en sus garantías democráticas por la voluntad de un hombre, Pedro Sánchez, y por un séquito de leales dispuestos impugnar el prestigio de unas siglas que fueron esenciales en nuestro pacto constituyente. Sin embargo, no toda la argentinización puede imputársele a Sánchez, ni tan siquiera a Díaz, Iglesias o Rodríguez Zapatero.
Estamos como estamos, también, porque las élites nos han abandonado, y cuanto antes lo asumamos, más urgencia pondremos en activar energías civiles que puedan protegernos de la iliberalidad política. La élite pensó que podría subir un palmo más el seto de la casa de Pozuelo y aislar a su familia del ruido de la calle. La élite creyó que podría inmunizarse de las sucesivas y destructivas reformas educativas llevando a sus hijos a centros privados con currículums internacionales. Y esa misma élite decidió que contemporizar con el poder político, fuera éste cual fuera, siempre sería una opción más rentable que afanarse en ejercer una mínima responsabilidad compartida.
Que España ya se ha roto como comunidad de iguales es un hecho. Que esta ruptura va camino de acelerarse por la colaboración de un socialismo nihilista con las fuerzas separatistas es una realidad que cada vez se exhibe con mayor transparencia. Pero nuestro Estado de derecho y las condiciones afectivas que hicieron posible el abrazo constituyente no están sólo amenazados por sus explícitos adversarios, sino que, en nuestra desdichada circunstancia, contamos también con la temeraria despreocupación de quienes más pueden y no supieron estar a la altura de su privilegio.
Toda comunidad política necesita custodios, patriotas o amigos del país; personas que estén dispuestas a emplear su influencia, su capital y su conocimiento para minimizar los daños de una tormenta perfecta como la que ahora vivimos. La desdicha de España es que sus enemigos son mucho más tenaces, constantes y generosos con su causa que quienes estarían llamados a defenderla. Y en eso, además de en lo otro, también nos parecemos a Argentina y a tantas otras democracias que palidecen.
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