TIGRES DE PAPEL
Hacer arder las instituciones
La calle, la agitación de las masas y la extorsión populista tendrán siempre a la pasión exagerada de su parte
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Iniciar sesiónLlevamos siglos seducidos por el valor de la destrucción. La revolución tiene una iconografía tan perfecta que resulta demasiado poderosa. Hemos sido educados en la creencia de que ver arder París siempre es un ejercicio de justicia, como si hubiera una continuidad entre los lienzos ... de Jacques-Louis David y las imágenes flameantes que ahora nos llegan hasta el teléfono móvil. Las barricadas, las hogueras y la exaltación indignada es una mitología invencible para el hombre medio que siempre quiere transformar su violencia en utopía. La insatisfacción de nuestra existencia ordinaria se acumula hasta que encontramos una excusa que nos permita intentar romperlo todo y, a ser posible, en nombre de alguna causa noble. Es estúpido pensar que, ante la duda, es preferible quebrar un orden, romper una tradición o hacer arder una institución democrática.
La reacción de Francia ante la reforma de las pensiones demuestra la deslealtad con la que en ocasiones se intenta emular la que siempre será la revolución por excelencia. Prenderle fuego al Ayuntamiento de Burdeos no equivale a tomar la Bastilla, ni a cortarle la cabeza a un monarca absoluto con el filo de la guillotina. Cualquiera que haya estudiado aquellos acontecimientos sabrá distinguir el piélago de matices que normalmente se ocultan sobre la mitología revolucionaria. Pero que en el año 2023 la pulsión violenta se dirija contra decisiones constitucionales y legítimas debería servirnos para adecuar la dimensión de la alerta. Algo pasa y no parece bueno.
La misma dramaturgia se ha venido ensayando en otros contextos y lugares. Y, por supuesto, España no habrá de considerarse una excepción. Las democracias liberales establecen un protocolo riguroso para canalizar el disenso y para ejecutar la soberanía legítimamente constituida. La ley y la institución son los únicos aliados para una convivencia justa y a la vez pacífica, pero hay una creciente tentación que insiste en distorsionar el sentido de las democracias: la calle, la agitación de las masas y la extorsión populista tendrán siempre a la pasión exagerada de su parte. La aclamación popular fue tradicionalmente el opiáceo favorito de todos los tiranos.
Las calles de París están ardiendo, una vez más, en un desafío temerario que preludia lo que pueden ser las próximas elecciones presidenciales. En 2027 Francia, previsiblemente, tendrá que elegir si se abandona a un populismo de izquierdas o uno de derechas. La determinación aislada de Emmanuel Macron, defendiendo algo tan intuitivo como la adaptación de la edad de jubilación a la nueva esperanza de vida, es un síntoma revelador de lo que nos viene. En Francia y en la vieja Europa. Es imposible que las democracias sobrevivan si las personas razonables acaban por convertirse en una minoría.
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