TACONEANDO
La cultura es nuestra
Este empeñarse en confundir la cultura con la militancia política es desconocer el carácter faldicorto y peatonal de la cultura española
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Iniciar sesiónAquella que publicaba papillas sentimentales para financiarse sus sueños de imposible Victoria Ocampo en parajes layetanos pasó de servir cafés a comisaria cultural –¡comisaria soviética!– en La Casa Encendida. Luego de su último éxito editorial, ve que las alubias mágicas del carmenismo ya no ... dejan caer sus frutos dorados. Y le da rabia. Ahora, con el ego oceánico de quien piensa que la cultura es de izquierdas, lamenta que las instituciones se les escapen de las manos: «¿Quiénes serán los intelectuales invitados por esos ayuntamientos y comunidades autónomas? A mí se me ocurren unos cuantos, generadores de discurso de odio, y amplificadores de voces que, sí, traerán daños enormes, aún impensables, aún inimaginables para muchos» ('El País').
Este empeñarse en confundir la cultura con la militancia política es desconocer el carácter faldicorto y peatonal de la cultura española, para empezar. Pero además, la señora Lijtmaer está de suerte, porque la derecha ni es tan sectaria, ni es esencialmente doctrinaria. Así que desde moderados, hasta liberales y europeístas o inclusive la derechona fetén cabrá en las instituciones. «¿Quiénes serán los intelectuales?»… No calibran las trampas que ellos mismos se tienden, porque no hay en la derecha un equivalente a un drag queen que se autoperciba como un gato. En la época de Carmena era toda la escena cultural una cosa de amiguetes, un sistema de bombos mutuos y poca meritocracia. Pero la cultura, queridos amigos, no es eso. No podía ser eso.
Se ha producido por estos sectarismos también un desnudamiento ideológico, político, moral, un striptease para uno mismo o una misma, como los que se hacen en los probadores de ropa. Que la pseudocultura woke está más cerca de la propaganda y el adoctrinamiento que de la Cultura lo sabe hasta un bobo de baba. Es más, estos 'intelectuales' han ido arrinconando la cultura general y viandante, que es aquella que el publico sigue eligiendo. Ya ven, el público manda y se empeña en llenar las plazas de toros, escucha el tema de David Summers los domingos del Fortuny o se entretiene viendo las películas de José Luis Garci. De forma insolente, esa vida cultural es muy auténtica y muy española. Pero esta cultura tan nuestra, para algunas sectarias, no existe.
Pero no hablemos de premios, de dádivas, ni siquiera del mínimo emolumento de los pregones (con los cuales Wyoming ha recorrido media España sin pisar el suelo). Lucía nunca fue princesa, ni Darth Vader –¡el verdadero posgénero!– sino víctima de la ficción que consume: la de una España sin cultura propia, sin escritores y periodistas de derechas o liberales, o simplemente artistas que no se someten. La cultura española promueve también genios y talentos, y escribo esto antes de salir a celebrar los 40 años del primer Oscar español con los amigos de ABC. Si no hay en España un cambio cultural en marcha, uno que pide una verdadera Cultura, que baje Garci y lo vea.
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