siempre amanece
En contra de la supervivencia sanchista
Es cierto que Sánchez vende a la madre; el problema es que vende a la tuya, y le da de piñas para quitarle el chaleco salvavidas
El tonto Koldo
Pinganillos
Le celebran mucho a Pedro Sánchez que siga vivo políticamente, pero a veces más vale tener una muerte honrosa que arrastrarse de esta manera. Vengo a escribir en contra de la supervivencia sanchista, que es la sublimación de lo perenne por cualquier método y ... que deja culturalmente nuestro país como unos zorros y sienta un precedente del que tardaremos siglos en librarnos. Sobrevivir por sobrevivir siempre fue de miserables, desde las trincheras de Verdún al 'El juego del calamar' o la Feria de San Isidro donde mueren los toros embistiendo. O por la puerta grande o por la de la enfermería, nos decíamos, y aquí se admiraba a tipos dispuestos a colgarse de los pitones. Había estadistas, y ahora tenemos esto que nos sucede, porque a mi Españita le sucede Sánchez como ocurren las calamidades. Como íberos mediterráneos, si viene la muerte la toreamos de frente y le damos los pechos, y no nos encastillamos es una madriguera de cuatrocientos y pico asesores en Moncloa, más escondidos que un disco duro en la entrepierna de una actriz porno en un registro de la UCO.
Se habla mucho de la audacia de Sánchez, que son unos cojones inversos, pues son siempre a su favor y de salir vivo mientras palmamos los demás el relato del terrorismo en Euskadi, lo de Cataluña, la deuda pública que pagarán nuestros nietos, el código penal y en general lo que haya que palmar para que se mantenga, para que, ay, sobreviva. Es cierto que Sánchez vende a la madre; el problema es que vende a la tuya, y le da de piñas para quitarle el chaleco salvavidas en la cubierta del barco que se hunde. Sánchez con pelucón y vestido, colado en los botes salvavidas del Titanic, se pregunta cómo lo recordará la historia y el día en que se dé cuenta no va a haber para pagar la factura del psiquiatra. Porque el valor se muestra yendo en contra de las cosas de uno, poniéndose uno por otro, siendo el primero que salta de la trinchera cuando tocan la corneta, a recibir el balazo en el pecho, y no a ocultarse entre los cadáveres de los semejantes, teñida la cara con el maquillaje de la sangre de otros, esa que uno no ha tenido el valor de derramar. El que sobrevive arrastra para siempre una vergüenza y una culpabilidad que están ahí civilizatoriamente instaladas como herramientas para que no salgamos de najas al primer cachetazo. Eso pasaba cuando éramos una civilización y no un Peugeot 408 derrapando en el aparcamiento de un puticlub en el cruce de Benavente. Nos forjamos sobre las historias de los héroes y el honor de enfrentar las cosas, por eso teníamos a Paquirri en Pozoblanco y ahora tenemos a Santos Cerdán y tertulias en Televisión Española. Yo prefería el tiempo en que el cobarde era visto con vergüenza. No como ahora, que va por ahí de guapo y te firma manuales de instrucciones sobre la miseria.
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