siempre amanece
'Sevillazo'
Qué poco sentido tenían en ese momento los muros, las disputas y la guerra en la que el Gobierno pretende que peleemos
Van a votar los pibes
'Barfunding'
Sucedió el sábado en el trayecto que va desde el Arco de la Macarena hasta Casa Moreno, donde nuestro Emilio Vara, cruzando Sevilla. La misa en la basílica la había dado un cura que yo supuse angoleño que rezaba para dentro y nadie era ... capaz de seguirle, con lo que toda la liturgia era un puro murmullo. Él murmuraba y toda la iglesia le respondía, claro, murmurando. Estuvimos en murmullo de siete en la Macarena. Detrás, la Esperanza miraba el infinito y la curiosa situación con divina gracia y Nuestro Señor, Jesús de la Sentencia, llevaba –como cantaba Lole– «la paz entre las manos».
A la salida, en el bar frente al arco, en esa bendita esquina en la que uno grita Macarena y se dan la vuelta todas las mujeres, tomamos una cerveza más fría que Von der Leyen, y luego otra. De allí hasta la Plaza Nueva, Jorge me dejó su bici y Elena y él fueron en una de esas motos que no hacen ruido y cuando las conduces parece que te has quedado sordo. Yo iba en su bicicleta en un trayecto de poco menos de dos kilómetros por el laberinto sevillano a esa hora en la que la gente entra en estado de levitación trascendental, que es como se pone uno cuando se ha tomado la segunda cerveza sin tapa, según mi amigo Pepe Monforte. Los restos de la cera de las lágrimas de los cirios de la Semana Santa hicieron resbalar un par de veces la rueda delantera, así que uno doblaba por la plaza de Pumarejo un poco como si bajara el Tourmalet: jugándosela. Montar una bici en Sevilla al atardecer es un riesgo, porque uno se olvida hasta de Sánchez y de que hace un año que dio aquel golpe emocional. Porque uno va mirando a la gente –las caras tranquilas, las risas, los cariños, los brazos que los hombres pasaban por encima de los hombros de las mujeres–, y los portales, graciosamente resueltos, las fachadas tan suyas, y por supuesto, las iglesias que empiezan a iluminarse sobre un arco de luz que va desde la basílica de la Macarena hasta la adoración perpetua de San Onofre, tan recogida que parece que uno reza en la palma de la mano de María. De tanto mirar hacia arriba, que es donde mira el hombre cuando es feliz, iba sufriendo un 'stendalazo' que aquí le podríamos llamar un 'sevillazo', y por poco no choqué con dos farolas, un taxi, un cochero, dos pibes del Madrid y tres señores del Barcelona que, al día siguiente, habrían de ganarnos la Copa en la prórroga; maldita sea.
Qué poco sentido tenían en ese momento los muros, las disputas y la guerra en la que el Gobierno pretende que peleemos. Qué lejos, la cizaña entre todo aquel olor a flores, a adobo con perfume de señora, que no sabía uno si era de Chanel o el olor mismo de la ciudad. Tres o cuatro veces rocé el accidente por llenarme los ojos de aquella sevillanía. A punto estuve de vivirme.
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