SIEMPRE AMANECE

Escribir en Roma

Esta ciudad es una madre patria literaria y madre patria en general; yo sé cómo se siente uno de Medellín en Madrid porque así me siento yo aquí

Chayanne, el torero y el bombero

'Sevillazo'

No hay otro lugar mejor en el mundo para amar que París. Para escribir, Roma. Va uno paseando y dejándose los ligamentos de los tobillos por los adoquines y se le tropiezan las imágenes. Por Roma, al escritor le van dando las columnas en la ... cara como cuando uno cruza en bici un bando de palomas que picotean en el suelo, levantan el vuelo de golpe y le dan en la jeta. Como a Bernard Moitessier, que dio la vuelta al mundo en solitario, se le tiraban dentro del velero los peces voladores y se pegaba unos atracones magníficos. Roma es una madre patria literaria y madre patria en general. Yo sé cómo se siente uno de Medellín en Madrid porque así me siento yo en Roma. Está hecha de columnas en lo arquitectónico y en lo periodístico, y no sé cuál de todas elegir, así que me senté a escribir de todas juntas en este café con una clave de wifi más larga que la legislatura. Pasan las monjas con su alegría sencilla de Dios, la sonrisa fácil y el rosario gastado en la mano. Me gustaría irme con ellas tras su Fe sigilosa y obediente, pero me distraen los escotes quirúrgicos, los labios que llaman de rusa, los vendedores de pulseras que agitan a su paso una suerte de maracas y los que vienen de lanzar la moneda a la Fontana di Trevi. Ahora, como para bajar al borde de la fuente hay que pagar, la gente tira de lejos las monedas como si fueran de la 'kale borroka' y un día le van a dar a alguien y vamos a tener un disgusto.

Cuánto mejor sería darle el euro a las monjas o gastarlo en vino que echarlo al agua en esta extraña superstición sostenida en selfis tan absurdamente, sobre todo en esta ciudad en la que uno encuentra a Dios en todas partes. Pasan las japonesas, siempre asombradas y pálidas, y un mendigo borracho que ha perdido la cabeza se ha sentado allá al fondo del callejón y declama poesías que nunca se escribieron. Todo va sucediendo en su mente conforme se le ocurre, y el mundo de los sueños se le ha metido en este como un guarro en la cebada. Habla con gente que los demás no vemos, grita palabras que no quieren decir nada y hace rimas que no riman. Por los pies me andan las palomas de Roma, que son una especie oprimida por las gaviotas que todo lo ocupan, que miran de reojo como un atracador y la gente encuentra no sé qué placer en estar cerca de esos pájaros matones. Yo creo que una gaviota de esas podría comerse un pollo asado de golpe, no como las pobres palomas romanas, que van un peldaño por debajo en la escala trófica, despeluchadas y cojas. Andan sobre muñones rojos en una imperfección entre la magnificencia que tiene algo de currista y de limitado como esta columna que vamos a dejar aquí porque se hace inabarcable, al igual que la ciudad en la que se escribe.

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