Celebración del gentío

A mí cuando alguien me dice de primeras, así como fardando, que a él, «es que» no le gustan las aglomeraciones, ya vengo desconfiando y pienso que aquí se viene otro tonto. Porque el que se precia de estar en compañía de sí mismo, o es que se tiene en muy alta estima o es que no se soporta, mala cosa en todo caso. Suele pretender diferenciarse de los otros empezando por no estar donde están los demás. Eso, cree, lo hace distinto, no como esos, ya sabes, los del montón que se agolpan en sitios en los que nunca lo verán a él.

Reniego de la gente a la que no le gusta la gente, sobre todo gustándome tanto a mí, y desconfío de ellos como el 'gourmand' recela del comensal aburrido y el borracho, del abstemio. Yo desconfío de los tres, pues me gusta comer, beber y la fiesta que, en soledad, ni es fiesta, ni es nada. Cuando alguien dice que necesita estar solo sin aparente razón, cuando alguien va por ahí pregonando su necesidad de soledad sin necesitar un váter con pestillo o un sitio en el que lamentarse, convengo que debo mostrarme comprensivo pese a que por dentro ande pensando en que por supuesto es libre de irse al mismísimo carajo.

Vengo aquí a reivindicar la aglomeración que la izquierda considera facha, pues es mucha la gente, demasiada. Ya si celebran la Navidad, el fascismo se ve clarísimo, mucho más en Madrid, en el que tratan de dibujar un gentío ultraderechista, ultraliberal y ultra otras cosas, lanar manifestación de comedores de frutas, ya me entiendes. Esa concentración les resulta insoportable incluso desde lejos, incluso sin estar y se indignan, interpelados porque vaya gente a ver las luces de la Navidad gente de Soria que después te pregunta: «A ti la amnistía, ¿qué más te da?».

Ahora, el mogollón también es fascista, supongo que porque la bulla supone una exaltación del ser humano al que odian íntimamente por mucho que disfracen sus soledades de conciencia planetaria. Les gustaba la Madrid de la pandemia –paseadores de perros, jabalís en la gasolinera y carreras de coches de muertos–, como el Pacma también festejaba Chernobyl sin humanos y con seis especies de zorro. Por mí, el Planeta sin humanos ya puede saltar por los aires, que me fumo un puro, pero a cada día proliferan los discursos en los que notables autores sostienen alegremente que somos demasiados en este mundo cochino y que no vale la pena. Si te fijas, nunca son ellos los que se quitan de en medio.