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17 de mayo

Las lenguas del Congreso

Los lectores comentan la Torre de Babel en que se ha convertido el Congreso y el registro lingüístico de Sánchez para referirse a sus ministros y conmilitones del partido

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Aunque todos los diputados de nuestro país conocen el idioma común que es el castellano, hay algunos que preguntan y se expresan en las reuniones del Congreso en otro idioma, cooficial en su Comunidad, pero desconocido para el resto de los asistentes. Prefieren hablar en catalán, vasco o gallego, lo cual necesita un traductor. Por ello sugiero que cada respuesta que da el interlocutor en castellano, sea traducida para todos, a su vez, al idioma en el cual se ha hecho la pregunta. Esta técnica complica algo más y es más costosa, pero el diputado en cuestión quedará más satisfecho, que es de lo que se trata, ya que estos diputados se caracterizan, precisamente, por su amor a España. Ya me entiende, amigo lector. Además debiera ser obligatorio, por parte de los diputados, conocer todos los idiomas de España y crear un nuevo Ministerio que podría denominarse de «Lengua, idioma y dialecto inclusivo, sostenible y transversal», naturalmente dotado de ministro, secretarios, subsecretarios, directores, subdirectores, coordinadores, consejeros, y asesores. En caso de duda, para una denominación más correcta del Ministerio, podría consultarse el 'Diccionario de uso del español' de María Moliner y el «Diccionario ideológico de la lengua española' de Julio Casares, sin olvidar la inteligencia artificial (IA) en su variedad lingüística. Pero hay un riesgo: que ambos lexicógrafos se levanten de sus tumbas para enseñarnos a hablar y escribir.

Jesús Fleta. Zaragoza

De pájaras y servilismo

Entre los distintos calificativos que Sánchez ha ido otorgando a sus compañeros de partido o de gobierno, llama la atención el adjudicado a la ministra de Defensa, Margarita Robles. No parece que se refiera al modo coloquial con que la tropa suele distinguir a quien pasa revista tras los sones de la marcha de infantes y que muchos, incluida la ministra –aunque confunda marchas y pasodobles–, conocen de sobra sin haber hecho la mili. Descartada esa posibilidad, resulta que de las numerosas acepciones que el término «pájaro/a» contiene referido una persona, la mayoría viene a concluir en la de persona poco fiable. Matiz negativo que Sánchez, en un alarde más de su proverbial coherencia, debió obviar al nombrar a la señora Robles como titular de Defensa; ese ministerio que en su día, según él, sobraba. Pero lo verdaderamente llamativo ha sido la cordialidad, se diría que hasta complacencia, con que la ministra ha recibido el ornitológico calificativo presidencial; casi como si de una distinción honorífica se tratara. No se entiende muy bien que la señora Robles, cuya capacidad de servicio nadie discute, haya decidido al final de su carrera incluir en su actual cometido cierto grado de servilismo.

José Muñoz. Sevilla

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