18 de junio
Que no lo borren
Hijo de Alfonso Parada, subteniente jubilado de la Guardia Civil asesinado por ETA, Natxo Parada clama contra la estrategia de la desmemoria
Si quieres enviarnos tu carta: escríbenos a cartas@abc.es o lectores@abc.es. Indica tu nombre y dónde vives. ABC se reserva el derecho de extractar o reducir los textos.
Si quieres dirigirte a la Defensora del Lector de ABC, su mail es defensoradellector@abc.es y su Whatsapp: 639793483.
Alfonso Parada no murió por casualidad. Lo mataron por ser lo que era. El 8 de mayo de 1998, Alfonso Parada Ulloa, subteniente retirado de la Guardia Civil, salía de su casa en Vitoria cuando un terrorista de ETA le disparó en la cabeza. No ... iba armado. No estaba de servicio. Tenía 62 años, ya jubilado. Solo se dirigía a cuidar sus pájaros, su 'hobby'. Lo asesinaron por ser lo que era: un símbolo del Estado. Lo hicieron a plena luz del día, en un barrio tranquilo, a pocos metros de una comisaría. Su muerte fue planificada, fría, intencionada. No fue un 'conflicto', ni un daño colateral. Fue terrorismo, puro y directo.
Alfonso Parada no fue un caso aislado. Fue uno más entre los cientos de servidores públicos, civiles, jueces, políticos, trabajadores, padres y madres que ETA asesinó por existir, por representar algo que los fanáticos querían borrar.
Veintiséis años después, su nombre apenas se menciona. La plaza que le dedicaron en Vitoria es pequeña y discreta, como si hasta el homenaje quisiera pasar inadvertido. Su historia no se enseña en las aulas. No se reivindica en las instituciones.
Mientras tanto, el Gobierno central se sienta a negociar con quienes jamás condenaron su asesinato. Se habla de 'normalización', de 'convivencia', de 'pasar página'. Pero ¿qué paz se construye sobre la mentira? ¿Qué convivencia es posible si se blanquea el terror?
Y más grave aún: ese mismo Gobierno –que no ganó las elecciones, pero logró mantenerse en el poder mediante pactos inconfesables– ha entregado legitimidad institucional y concesiones políticas a los herederos ideológicos de quienes empuñaron las armas. Se ha negociado una investidura a costa de las víctimas, otorgando influencia y beneficios penitenciarios a quienes ni siquiera han mostrado arrepentimiento.
Se ha pactado con los cómplices del silencio, como si la memoria de nuestros muertos fuera una ficha más en el juego del poder. Esa complicidad no es solo inmoral; es una traición a la democracia y al Estado de derecho. Blanquear al verdugo mientras se entierra al asesinado no es justicia: es corrupción política. No se puede construir una paz verdadera sobre la claudicación ni sobre la impunidad. El Gobierno vasco, por su parte, opta por la equidistancia. Mira hacia otro lado. No incomoda a quienes aún justifican lo injustificable. No exige una memoria clara, ni una condena rotunda. No construye verdad, solo olvido.
Recordar a Alfonso Parada no es abrir heridas: es impedir que se cierren en falso. No es un acto de odio, sino de justicia. No es una cuestión de pasado, sino de dignidad presente.
Por eso escribo esta carta: para que su nombre no se pierda en el silencio. Para que nadie pueda decir que no sabía. Y para que los responsables de ese olvido –políticos, instituciones, partidos– sepan que no todo se negocia, y que la memoria de un hombre asesinado por defender el Estado no se entierra con una concesión parlamentaria. Porque su muerte fue política. Y nuestro silencio también lo sería.
Que Alfonso Parada Ulloa no sea olvidado. Que no lo usen. Que no lo borren.
Natxo Parada. Vitoria (Álava)
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete