el burladero
España con la cruz a cuestas
Aquellos cinco días eran una pantomima para tomarnos el pelo
No hay manera de que Trump nombre a Pedrito
Jessica y la compasión
Se cumple un año de aquel conmovedor momento en el que Sánchez enterneció a los españoles con el anuncio, mediante carta pública, de su retiro para la meditación por cinco interminables jornadas en compañía de su amada esposa. Qué manera de encogernos el corazón. ... Como sabemos –y sufrimos–, decidió que nada le apartaría de su misión, la construcción del Gran Muro, y hoy, consecuentemente, debería estar preguntándose si está mejor o peor que hace un año. Si haciendo una excepción es honesto consigo mismo –ya que no lo es con nadie–, deberá responderse con la realidad de los escándalos que lo cercan: Ábalos, fiscal general, su amada Begoña, el hermanito, todos en un punto de ebullición insoportable. Y que no menos difícil sea la estabilidad política pactada con sus insoportables socios, incluido su jefe Puigdemont. Ni debe de ser agradable constatar que el papel de España en el nuevo orden trumpista mundial es semejante al de Sri Lanka, por muchos esfuerzos que haga por sacar la cabeza con inoportunos viajes a la China de Xi. Se apreció en el reciente viaje del ministro Cuerpo a Washington.
La preparación de los viajes de ministros al extranjero es una cuestión muy delicada, y si es a EE.UU., en grado sumo. A Carlos Cuerpo, que es un hombre, en principio, prudente y razonable, le tocó intentar pactar las iras del tío Donald… pero era un misión imposible. España está gobernada por todo lo que le causa una intensa urticaria a Trump: la izquierda extrema y la extrema izquierda en el Gobierno, el 'wokismo' más fanático, el alineamiento con Hamás y otros pecados capitales. En diplomacia toda reunión que dure menos de una hora y que no sea entre equipos técnicos para preparar otra mayor es un desprecio oficial. Lo recordaba esta semana el embajador Arístegui: el mensaje cuando ocurre algo así viene a ser «no eres mi prioridad y no me gusta lo que haces». Claro que hay mensajes mas duros y humillantes, como la reunión de siete minutos de Artur Mas con un importante ministro indio en 2013. Mas sudó tinta para tratar de alargar la reunión con preguntas absurdas y procurar evitar el ridículo, cosa que no consiguió.
Cuerpo salvó el ridículo porque llegó al mínimo de una cierta humillación cortés: comunicado parco, ninguneo con cámaras, y tirón de orejas del secretario del Tesoro. Sánchez debería tomar nota de esos gestos. Como también de que Marco Rubio telefoneara a Napoleonchu después de haber hablado hasta con Micronesia. Como debería recordar que las negociaciones comerciales y tratados de libre comercio es asunto de la Comisión Europea: conviene no contradecir al comisario de la cosa, Sefcovic, cuando Cuerpo no estuvo en la negociación. Y así.
Un año después el mundo es más convulso, evidentemente, y España también, aunque por otras razones. Aquellos cinco días eran una pantomima ideada para tomarnos el pelo, pero supusieron una espléndida oportunidad perdida para evitarle a España el gólgota por el que transita con la cruz a cuestas. Haberse ido.
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