el burladero
Añoranza del 92
Resulta legítimo añorar el espíritu que alumbró ese par de emprendimientos
El Don y la Doña
Un adulto en la habitación
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Iniciar sesiónSi usted, estimado leyente, vivía en el año 92, recordará a grandes rasgos la inauguración de los Juegos de Barcelona y la muy solvente ceremonia que se dispuso en aquél estadio recuperado a la memoria de la ciudad. Entre los escombros de aquella sede ... del 29, Montjuic, recuerdo yo haberme examinado del carné de conducir, allá por el 75. Era una ruina señorial sin habilitación ninguna, pero las buenas manos de los gestores de todo el evento convirtieron aquellos restos en un bellísimo estadio olímpico. Es lícito experimentar una cierta nostalgia del 92, por la ceremonia y el desarrollo de los Juegos, por la transformación de Barcelona y por la conversión de Sevilla en la ciudad que debía ser. Digo que es lógica porque hoy difícilmente podría realizarse algo parecido: sumar unitariamente el esfuerzo presupuestario, social, económico desde todos los ámbitos políticos a la ilusión colectiva ciudadana, excepción hecha de unos pocos incrédulos y cenizos, resultaría imposible. Ya de por sí fue un milagro el acuerdo mayoritario para convertir a Madrid sede de los Juegos del 2020 que finalmente se llevó Tokio –y casi afortunadamente, ya que la pandemia los habría convertido en un remedo de sí mismos–, pero al poco aparecieron los populismos más extremos, Podemos y otras inutilidades, que habrían hecho imposible concertar una inversión tan descomunal –inversión que no gasto, pero eso no lo entienden– que el Estado y los particulares realizaron en aquél año mágico y en los sucesivos intentos de Madrid. La Barcelona de mi infancia se convirtió, por fin, en una ciudad con fachada marítima y la Sevilla de parte de mi juventud y de mi vida adulta se desprendió de varias capas de ceniza para mostrarse al mundo como una reina recién abriendo su joyero. Es muy de persona mayor extrañar lugares y momentos a los que no se puede volver, sí, pero resulta legítimo añorar el espíritu que alumbró ese par de emprendimientos de trascendencia mundial, planetaria, sin que aparecieran en los debates las demagogias insoportables de hogaño.
Hoy se inauguran los Juegos de París, ciudad que lleva optando a ser sede desde que organizaron los segundos en 1924. O sea, que es la tercera vez. Dicen que la ceremonia será un antes y un después, como de alguna manera fue la del 92, y tengo tendencia a creérmelo: Francia es un extraordinario país, repleto de problemas de envergadura, pero de una solvencia contrastada en muchas cosas y con un escenario único que es su capital, ciudad con los suficientes lugares de atractivo como para convertirse en el mejor plató del mundo. Los deportistas españoles están en una gran momento y a buen seguro nos brindarán alegrías colectivas, solo rotas por las previsibles estupideces de algunos imbéciles, que dirán, como Gabriel Rufián, que los buenos solo son los vascos y catalanes. Ni caso. En el 92 vivimos un notable éxito deportivo no repetido: 22 medallas. Ya va siendo hora de superar esas cifras y, a ser posible, aunque eso es mucho más complicado, recuperar aquél inmenso acuerdo colectivo. Que ya sé que no, pero bueno…
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