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el burladero

Añoranza del 92

Resulta legítimo añorar el espíritu que alumbró ese par de emprendimientos

El Don y la Doña

Un adulto en la habitación

Carlos Herrera

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Si usted, estimado leyente, vivía en el año 92, recordará a grandes rasgos la inauguración de los Juegos de Barcelona y la muy solvente ceremonia que se dispuso en aquél estadio recuperado a la memoria de la ciudad. Entre los escombros de aquella sede ... del 29, Montjuic, recuerdo yo haberme examinado del carné de conducir, allá por el 75. Era una ruina señorial sin habilitación ninguna, pero las buenas manos de los gestores de todo el evento convirtieron aquellos restos en un bellísimo estadio olímpico. Es lícito experimentar una cierta nostalgia del 92, por la ceremonia y el desarrollo de los Juegos, por la transformación de Barcelona y por la conversión de Sevilla en la ciudad que debía ser. Digo que es lógica porque hoy difícilmente podría realizarse algo parecido: sumar unitariamente el esfuerzo presupuestario, social, económico desde todos los ámbitos políticos a la ilusión colectiva ciudadana, excepción hecha de unos pocos incrédulos y cenizos, resultaría imposible. Ya de por sí fue un milagro el acuerdo mayoritario para convertir a Madrid sede de los Juegos del 2020 que finalmente se llevó Tokio –y casi afortunadamente, ya que la pandemia los habría convertido en un remedo de sí mismos–, pero al poco aparecieron los populismos más extremos, Podemos y otras inutilidades, que habrían hecho imposible concertar una inversión tan descomunal –inversión que no gasto, pero eso no lo entienden– que el Estado y los particulares realizaron en aquél año mágico y en los sucesivos intentos de Madrid. La Barcelona de mi infancia se convirtió, por fin, en una ciudad con fachada marítima y la Sevilla de parte de mi juventud y de mi vida adulta se desprendió de varias capas de ceniza para mostrarse al mundo como una reina recién abriendo su joyero. Es muy de persona mayor extrañar lugares y momentos a los que no se puede volver, sí, pero resulta legítimo añorar el espíritu que alumbró ese par de emprendimientos de trascendencia mundial, planetaria, sin que aparecieran en los debates las demagogias insoportables de hogaño.

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