ANTIUTOPÍAS
El error de Milei
Este descalabro resultaba muy doloroso porque afectaba su mayor activo, la imagen de infalibilidad que había cosechado
Petro desencadenado
La Amazonía en Madrid
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Iniciar sesiónJavier Milei avanzaba entre la fascinación y el odio de la opinión pública. Confirmaba las certezas de sus seguidores con resultados macroeconómicos más que notables, y le daba la razón a sus críticos cada vez que se mostraba intolerante, dispuesto a sacar del espacio público ... a cualquiera que se atreviera a no darle la razón en todo. Esa era la ambigüedad que producía Milei: la poda que estaba haciendo a la absurda maraña regulatoria argentina despertaba la confianza de los mercados, pero su política, de baja calidad y cada vez más escorada hacia formas tradicionalistas y caudillistas de liderazgo, generaba repudio. Milei se debatía entre la seda y la bosta, como escribió el historiador argentino Luis Alberto Romero: un manejo sofisticado de las finanzas públicas, ensombrecido por batallas culturales nocivas y fétidas.
Pero entonces Milei cometió el primer gran error y su presidencia se detuvo en seco. Se prestó, no se sabe muy bien por qué motivos, a celebrar la aparición de una criptomoneda fraudulenta con los pulgares en alto. Su respaldo hizo que el precio de la divisa aumentara de forma vertiginosa, sólo para desplomarse pocas horas después, cuando los pícaros que estaban detrás de la operación vendieron sus activos. Para empeorar la situación, Milei pactó una entrevista autoexculpatoria que salió al revés, tanto así que un asesor se vio obligado a intervenir para advertirle que estaba cavando su propia tumba. Mientras más hablaba, más se equivocaba. El mesías y genio incontestable de la economía se había dejado engañar por unos criptoestafadores con cara de niño, salidos de Harry Potter, y su vano intento de autojustificarse lo dejaba al desnudo: no lograba asimilar que antes que 'influencer', estrella mundial, 'tecnofan' o guerrero cultural, era el presidente de Argentina.
Este descalabro resultaba muy doloroso porque afectaba su mayor activo, la imagen de infalibilidad que había cosechado y que le permitía fajarse con improperios y descalificaciones en las batallas culturales. Pero no hay mal que por bien no venga, porque así como es deseable que sus políticas económicas triunfen, también lo es que esa batalla pare. Liberalizar la economía está muy bien, pero afirmar, como hizo Trump hace unos días, que quien salva a su país no viola ninguna ley, demuestra que el libertarismo no encaja bien con la legalidad moderna. La nueva derecha está convencida de que las sociedades occidentales han sido moldeadas por los valores izquierdistas y estatistas, y eso los está llevando a observar toda legalidad, la internacional y la local, como experimentos de ingeniería social diseñados por burócratas y tecnócratas –las élites, la casta– que atentan contra las formas tradicionales de autoridad. Su grito de libertad busca emanciparse del Estado para volver a un orden natural fundado en las familias, las iglesias y los liderazgos patrióticos. Por ahí parece ir Trump. Sería una suerte que el criptoridículo de Milei lo descarrilara de ese camino.
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