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Iniciar sesiónSe está volviendo usual ver a los políticos intervenir, como si fueran profesores de ética o supervisores espirituales, en las actividades culturales. El arte, el cine, la música o la literatura son actividades indispensables en la sociedad, nos dirán, el vehículo de nuestros sueños y ... la forma más libre de expresar nuestras ideas y valores, pero acto seguido nos especificarán a qué ideas y valores se referían. No a cualquiera, por supuesto. En el catálogo de Pedro Sánchez, por ejemplo, están la democracia, los servicios públicos, el feminismo y el compromiso con el medio ambiente; todos los valores que puede estar poniendo en cuestión, como aclaró hace unos días en el Museo del Traje, la oposición política.
La cultura debe hacer de nosotros buenos ciudadanos, gente sensible y ojalá votantes suyos, parecía decir. Y uno estaría tentado a responderle que tanta bonhomía debería aplicarse más bien a la política. No a la cultura, que no está ahí para refrendar una agenda moral impuesta desde arriba, sino para explorar con total libertad las contradicciones, dilemas e hipocresías de nuestro tiempo. La política sí debería fomentar, con el ejemplo y las formas, la civilización del partisano que prefiere el garrote y el insulto al argumento y el diálogo. Pero esta inversión de roles, política salida de madres y cultura domesticada, es la moda del momento.
El pasado 1 de mayo, en Bogotá, fue evidente. Sobre las paredes del pabellón de España, país invitado a la Feria del Libro, se podía leer «Una cultura para la paz», el lema del Ministerio de Cultura de Colombia. Mientras tanto, en el centro de la ciudad Gustavo Petro desenvainaba la espada de Bolívar y agitaba la bandera de «guerra a muerte», otro símbolo bolivariano, como complementos performáticos de un mitin amenazante y virulento. La cultura debía fomentar la paz, pero la política, Petro mismo, podía rodearse de símbolos bélicos y llamar a los opositores «HP esclavistas». El mundo parecía haberse desordenado. Los mismos políticos que en sus discursos aniquilan moralmente a la oposición, crean muros, dividen y polarizan, le están pidiendo a la cultura que impulse la paz, el feminismo y que cuide el medio ambiente.
En México, preocupadas por los ochenta muertos diarios que caen en sus aceras, las autoridades han decidido atacar el problema no donde está, ¿a quién se le ocurre?, sino donde pueden meter mano. El narcocorrido ha empezado a prohibirse en algunos estados, y desde el Gobierno se ha lanzado el concurso 'México canta por la paz y contra las adicciones'. No deja de ser paradójico que la heredera de AMLO, el político que atacó con nombre y apellido a los periodistas que lo criticaban, considere que la violencia la promueven los mensajes machistas de las canciones. En eso estamos: los políticos manosean la cultura para que se moralice y promueva mensajes políticamente correctos, mientras ellos gozan en la anomía, diciendo barbaridades y burlándose como nunca de las formas y controles democráticos.
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