Por lo que sea
Pedro Sánchez y el fin de la historia
«El presidente está igual que siempre, solo que más cínico: se parece cada vez más a su retrato»
Amor, dinero y otras desgracias
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Iniciar sesiónHace tiempo que vivir en democracia se parece cada vez más a un fin de fiesta, con la mitad de la sala nostálgica y la otra mitad espídica, proponiendo ir a otra parte. ... —Me han hablado de un after por la zona de Moncloa.
—Y a mí, pero nunca he ido.
—¿Y si tomamos la última aquí y ya vemos?
—Ah, ¿todavía sirven?
Poco antes del verano, el CIS hizo una encuesta sobre la calidad de nuestra democracia, y el 17% de los españoles entre los 18 y los 34 años respondió que, «en algunas circunstancias, un Gobierno autoritario es preferible a un sistema democrático». El porcentaje, que era casi diez puntos mayor al de 2009, se leyó como un escándalo, el principio del fin de la decadencia occidental, un demonio que no deja de volver. Pronto se publicaron análisis achacando esta desconfianza a los discursos antisistema de figuras como Musk, Milei, Trump, Abascal o Alvise, que han confundido a la juventud con sus formas punkis. No se mencionó tanto la posible influencia de Pedro Sánchez, que no dista tanto (arrugas aparte) de esos chavales que hablan con alegría de las dictaduras en las que nunca han vivido. La entrevista con Pepa Bueno en La 1 vino a confirmarlo: tampoco el presidente del Gobierno cree tanto en la democracia. Sería mucho exigirle lo contrario a esos jóvenes.
Sánchez vino a decir que el fin de la historia no fue la democracia liberal, como aventuró Fukuyama, sino él mismo: más allá solo hay barbarie, ultraderecha, fascismo, violencia, apocalipsis climático. La periodista le preguntó qué pasaría si no conseguía aprobar los presupuestos, como tantas veces ha ocurrido, y él despachó la cuestión con una respuesta que forma parte ya de la peor historia política española: «La parálisis sería meter al país en un proceso electoral, perdiendo la oportunidad de transformar el país con los fondos europeos». Por ese mismo motivo, aseguró, no dimitió tras las noticias del caso Koldo, Ábalos y Santos Cerdán: «Mi responsabilidad no es abandonar el barco, sino tomar decisiones, por duras que sean, y meter al país en una agenda de mejora de la calidad democrática». También tuvo un rato para criticar a los jueces, como sugiriendo que en algunas circunstancias hay otros poderes preferibles al poder judicial.
Cuando Emmanuel Carrère volvió a encontrarse con Emmanuel Macron para escribir sobre él, ya después de su apogeo, esperaba ver a un hombre sombrío, atormentado, con las uñas mordidas por la desesperación y el gesto torcido. Fue todo lo contrario. «Parecía prácticamente igual, salvo por el hecho de que claramente le ha dado por levantar pesas y que, con una camiseta negra ajustada, exhibía unos bíceps impresionantes que amasaba con visible satisfacción». De Sánchez podría decirse lo mismo: está prácticamente igual que siempre, solo que más cínico. O sea: que se parece cada vez más a su retrato.
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