Suscribete a
ABC Premium

Por lo que sea

Lo está haciendo todo mal

«Dicen que no es bueno usar las vacaciones como huida, pero con tantos consejos de gurús usted solo quiere irse lejos, donde le dejen en paz»

Hablar de dinero

Juan Carlos Soler
Bruno Pardo Porto

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Usted no lo sabe, pero en estos momentos está haciendo algo mal. Siempre está haciendo algo mal, en realidad, pero no se preocupe: no está usted solo. Ha empezado el día sirviéndose un vaso de agua directamente del grifo, sin un filtro, y por ahí ... le están entrando en el cuerpo sedimentos, cloro, metales pesados, bacterias y otras cosas difíciles de digerir que a la larga lo acabarán matando, como los microplásticos de las botellas de usar y tirar que compra tanto, porque son tan cómodas: lo ha escuchado en la radio. Luego, para calmar el susto, ha bajado a la cafetería de siempre y ha pedido un cruasán y un solo con hielo y azúcar, y ha disparado, así, su pico glucémico, por eso necesita pedirse, acto seguido, una porra. Se siente como un pozo sin fondo, así que a las doce (usted no madruga, por supuesto, por eso nunca será rico) se ha pedido un agua con gas («hay que cuidarse») para bajar las aceitunas, pero luego, como el camarero le conoce demasiado bien, le ha servido un pincho de tortilla, y ahí ha ingerido las primeras harinas refinadas de la jornada, y entre eso y el cigarro que le ha pedido al hombre que solo fuma y dibuja... Como el día ya estaba perdido, y total iba a comer solo, ha despachado el trámite con un bocadillo, lomo y queso, cómo no: sabe que está fatal, pero está tan rico y es tan nuestro. Por la tarde iba a ir al gimnasio, de verdad, pero de pronto le ha dado una pereza terrible, y como no es un héroe y su médico no lo está mirando se sienta a leer un rato su novela del verano, que iba a ser un clásico pero al final es la última de Santiago Posteguillo, y en esas, a las dos páginas, le ha dado el sueño y se ha echado una siesta de veinte minutos que han terminado por ser dos horas. Al despertarse le dolía la cabeza, porque había roto con la frente un ciclo circadiano. ¿Cómo no iba a abrirse, a esas alturas, una cerveza? Si ya solo tiene que esperar la hora del tren para huir al mar y ver a su familia y no hacer nada durante semanas: qué ganas tiene. En el taxi (no ha cogido el autobús, que hace calor, y es por gente como usted que el cambio climático es tan grave) abre Instagram y vuelve a reírse con el vídeo de «la tranquilidad es lo que más se busca», y al hacerlo no piensa en las consecuencias del racismo en España ni en lo mucho que ha sufrido ese niño que hoy es un hombre llamado Álvaro Muñoz y cuenta su historia en televisión, y al rato, después de hacer scroll más tiempo del que le gustaría confesar –aún no tiene una posición clara sobre los enanos de la fiesta de Lamine Yamal: así de mal lo hace todo, ni siquiera sabe el nombre correcto para ellos–, descubre en un periódico olvidado en el tren que ahora tampoco es bueno utilizar las vacaciones como huida: hay que usarlas para saber por qué quieres huir. Pero usted ya lo sabe: está huyendo porque está harto. Y no está solo.

Artículo solo para suscriptores

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comparte esta noticia por correo electrónico
Reporta un error en esta noticia