sin punto y pelota
Las fugas del Nobel a Goldin
Hay madres y madres. Mujeres y mujeres. Pero, sobre todo, mucho intangible que no se puede medir en encuestas o estudios
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La brecha de género salarial tiene ya su premio Nobel de Economía, Claudia Goldin, para alborozo de los estudiosos de los agravios a las mujeres en políticas públicas, publicidad, foros empresariales con logo rosa empoderado. O sea, del feminismo profesional occidental, dedicado al análisis ... intensivo de las discriminaciones de las mujeres con aspiraciones máximas en un entorno laboral sofisticado. Apenas nadie se ocupa de las moras de la periferia, como las llamó la escritora Najat El Hachmi en su pregón de La Mercé. Ese feminismo que cuenta porcentajes de consejeras delegadas y obvia a las niñas que, según testimonio de El Hachmi, crecen en un entorno cultural sin las oportunidades de las de ocho apellidos españoles. Ese feminismo en el poder que no ve opresión en las mujeres de Gaza ni lamenta las violaciones y ejecuciones de las israelíes que, libres, bailaban en una rave el otro día, cuando se vieron asaltadas por el horror terrorista de Hamás.
Está bien que Goldin tenga el Nobel para que, cuando arrecie el asunto de la brecha salarial en los marzos morados, tengamos muy claro, como ha estudiado, que el menor nivel salarial femenino se debe en exclusiva a la maternidad. Las madres piden reducciones de jornadas, excedencias y dejan de estar horas y horas en la oficina por puro figureo, como hacen algunos compañeros. Al feminismo profesional esto le parece fatal. Dan por sentado que a todas nos gustaría que fueran nuestras parejas las que pasaran más tiempo con los niños, que todas las madres privilegiadas que pueden optar por jornadas reducidas o excedencias lo hacen a su pesar y que serían más felices en el trabajo de fuera de casa, ya sea en el departamento financiero de una gran empresa o de limpiadora de un hotel. Ese cuadro nos dibuja un infierno doméstico de aburrimiento y esclavitud. No deben de conocer a ninguna que tenga tiempo para club de lectura o pilates. En general, el fallo de ese enfoque académico sobre las mujeres es partir de un solo canon de éxito: trabajar fuera y dentro de casa las mismas horas que un hombre. Obviar que hay otras fórmulas para gestionar el equipo familiar. No distinguir dificultades distintas por grupos sociales. Algún día caerán en que tienen más en común y las mismas oportunidades un niño y niña de un cole privado progresista de, digamos, Aravaca, que dos chicas, una de Pedralbes y otra, como dijo El Hachmi, mora de la periferia. Que en España hay madres que, por elección, prefieren pasarse tardes llevando a los niños de extraescolares que en reuniones tensas sobre objetivos de trimestre. Que aquí hay un discurso que desanima a tener hijos y en Gaza, por ejemplo, hay madres condenadas a parir a muchos y a perderlos como carne de cañón. Hay madres y madres. Mujeres y mujeres. Pero, sobre todo, mucho intangible que no se puede medir en encuestas, estudios, gráficas. De hecho, el problema de la natalidad es justo haber querido cuantificar los peajes, los gastos, sin tener en cuenta todo lo gratificante, inmensurable. Lo que se escapa por las fugas del Nobel a Goldin.
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