SIN PUNTO Y PELOTA
Contigo aprendimos, Rafa
Para forjar el carácter hacen falta ídolos y Nadal ha dado motivos para admirar su actitud
Pastillitas para la tensión
Si hay censura no hay democracia
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Iniciar sesiónSe despide Rafa Nadal de Madrid. Momento de entonar un Contigo aprendimos. O deberíamos haberlo hecho. Trabajo duro y constante, sacrificios, humildad, agradecimiento, responsabilidad, amabilidad y cortesía. Se le han ido algunas bolas pero siempre ha tenido pelotas de repuesto. No lanza balones fuera, ... asume su responsabilidad en las derrotas y es agradecido en las victorias. Nunca ha querido dar pena, ir de víctima. Cumple siempre con el verso del 'If' de Kipling –autor que ha pasado a ser tildado de fascista–, impreso en la puerta de la pista central de Wimbledon: «Si puedes conocer el triunfo y la derrota y tratar de la misma manera a esos dos impostores». Para forjar el carácter –individual y colectivo– hacen falta ídolos y Nadal ha dado motivos para admirar su actitud.
Precisamos también de contraejemplos. Elegir qué cualidades son dignas de nuestros elogios es una manera de definirnos. El espectáculo deportivo, tan masivo, nos brinda oportunidades para ir escogiendo maneras de conducirse apropiadas en las vidas cotidianas. El lenguaje deportivo pasa al cotidiano: «Juego limpio» se extrapola de la cancha a nuestra carrera laboral. ¿Cómo sería el Pedro Sánchez jugador de baloncesto? De entrada, no sobresaliente porque, de haberlo sido, hubiéramos perdido un presidente del gobierno y habríamos ganado a un jugador de banquillo de la ACB. Cabe imaginarlo chupón, dramático, exigiendo pitar falta del adversario y marrullero cuando las comete él. De los que no se agacha a levantar al rival caído de un codazo. Buscador de excusas para una mala actuación, crítico con entrenador y árbitro. No llegó a mucho en Estudiantes y colgó las botas con 21 años para estudiar Económicas y Empresariales. Llegó a doctorarse con una de esas tesis que avergüenzan a los que quieren reformar ciertas prácticas de la universidad española. Lo consiguió pese a decirle a unos niños de Save The Children en Vallecas que odiaba las matemáticas.
Mientras Nadal hablaba en Madrid, la cámara enfocaba a caras del público con los ojos húmedos. Cita Enrique García-Maiquez a Dickens en su último libro, 'Ejecutoria, una hidalguía del espíritu': «Hay grandes hombres que hacen a todos los demás sentirse pequeños. Pero la verdadera grandeza consiste en hacer que todos se sientan grandes». Así nos sentimos, sin merecerlo, con cada victoria de Nadal. Aprendimos que existen nuevas y mejores emociones. Con el exjugador Sánchez no podemos decir lo mismo. Levantar muros, sembrar odios, una zona de juego defendida de manera sucia donde se mueven unos supuestos antifascistas contra más de la mitad de España. Sólo aplaude un puñado de sectarios al hombre que soñó con los gritos de la Demencia, de titular en Magariños. No pudo ser pero llegó a presidente. Grandes hombres, hombres grandes. No es lo mismo. Unos podrían hacernos mejores. Otros sacan lo peor que llevamos dentro. Ahora, Sánchez se enfrenta a un 'match-ball'. O punto y aparte. Mientras Nadal, por desgracia, se encamina al punto final. Los dos han llegado a lo más alto. Pero hay medios y hay fines. Y finales.
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