sin punto y pelota

Aquellas noches eternas

Allí arriba era menos evidente el feísmo que iba invadiendo Marbella

Amores modernos

El bolso y la bolsa

Las criaturas de la Costa del Sol tenemos novela de verano. Silvia Grijalba, hija con honores de Torremolinos –de las que saben quién era Michener y qué escribió sobre nuestro pueblo– ha dado forma a una memoria sentimental con 'Aquellas noches eternas' que transcurrían en ... esa franja litoral en los años 60, un subir que coincidió con un bajar de Tánger. En esas noches de verano se andaba descalza por las losas de barro, los jardines eran frondosos y se mezclaban jazmines y damas de noche, las casas eran discretas, alejadas de tapias por las que caían las buganvillas y los plumbagos. Había cerámica andaluza y cal en las paredes y hubo extranjeros, como el australiano Donald Gray, que se enamoraron de la arquitectura tradicional y la recrearon en sus urbanizaciones. Como La Heredia, camino de Ronda, cerca del Alcuzcuz, la finca en la que el decorador Jaime Parladé y su mujer, la británica Janetta Woolley, dieron un toque Bloomsbury a la acuarela.

En Ronda han estado unos días aprendiendo, dibujando, estudiantes de Arquitectura convocados por la Fundación Culturas Constructivas Tradicionales, de ruta por los pueblos blancos y con trabajos finales expuestos en un convento. Entre vides prohibidas inicialmente por la burocracia agrícola europea pasó sus últimos años Alfonso de Hohenlohe, que, cansado de Marbella, quiso hacer vino en Las Monjas. Tenía todo el sentido. Allí arriba era menos evidente el feísmo que iba invadiendo Marbella, con la llegada de nuevos ricos deseosos de presumir de sus casas trofeo, modernas, domotizadas, acristaladas. En Ronda, todavía, había (hay) un gusto por conservar una estética amable, armoniosa y acorde con una historia mediterránea, de tejas y paredes encaladas. Esa misma que bautizada como 'española' se hizo popular durante la época más dorada de Hollywood para levantar las mejores casas en Beverly Hills. La que trajo de vuelta Hohenlohe –no solo los cantes van y vienen– para su Marbella Club, la que Noldi Schreck, un suizo‑ruso nacionalizado mexicano, logró imponer en Banús, frente a los que querían rascacielos de Lamela.

Ya en los 60 hubo una guerra cultural arquitectónica. Cuando Donald Gray hacía La Virgina, en Marbella, años antes de acabar en la Alpujarra, Lamela levantaba La Nogalera en Torremolinos. La batalla sigue vigente, aunque para los medios no existan los conservacionistas, conservadores, conversadores. Se les ha visto por Ronda este verano. Necesitamos armar esa resistencia a los edificios cebra, esos bloques blancos y negros que se levantan por doquier. Trump, nada más volver al poder, firmó una orden para volver a la arquitectura tradicional en los nuevos edificios federales. Lo malo es que el gusto del magnate de los dorados no es el mismo que el de Honhelone, hijo de Piedita Iturbe, nacida de mexicano y malagueña de nombre alemán, con una biografía que espera película. Aun así, se agradece que Trump haya recordado que hay una alternativa a la arquitectura moderna.

Siguen existiendo casas que resisten al cubo copia domotizado. Y también están las casas de la novela de Silvia Grijalba. Barro, jazmines, buganvillas, noches eternas.

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