sin punto y pelota

Aplausos en el Kursaal para Aranzazu

Nadie elige ser víctima y sí lo hace se convierte en héroe

Alegría por bulerías

Sección Femenina espabilada

Se siente compasión por las víctimas y se admira a los héroes. Aunque haya víctimas heroicas porque, previamente, arriesgaron. Porque nadie elige ser víctima y sí lo hace cuando se convierte en un héroe, aunque sea para su propia consciencia, en decisiones de milisegundos, tomadas ... por el 'software' de principios que se ha ido instalando en el cerebro, y lo hagan sin buscar más satisfacción que el espectáculo interno de ver el encaje entre creencias y acciones. Si se admira a las víctimas corremos el riesgo de que abunden los que se quieran proclamar como tales, impostores en busca del rédito social, y, si no lo hacemos con los héroes, tendremos problemas de reclutamiento para las tareas que requieran unas dosis de sacrificio que nadie elogia. Las sociedades, como los individuos, nos movemos por incentivos.

Heroína de las buenas fue la policía nacional que, recién salida de la escuela de Ávila, comenzó un periplo de ocho años de topo en ETA, una historia que narra 'La infiltrada', a estrenar este lunes en el Festival de Cine de San Sebastián. Sí, justo allí, donde han desplegado una lona promocional con la cara de la actriz en una diana, como estuvo la de ella. La de Aranzazu, como se hacía llamar. A unos metros de donde se concentraban unos pocos a clamar por el fin de ETA tras cada atentado en los 80, en los 90, protegidos por la policía de una jauría que les gritaba fascistas. Fueron los etarras y sus cómplices los primeros en llamar fascistas a cualquiera que discrepara de sus métodos e ideología. Crearon escuela.

Fue Aranzazu la elegida finalmente por un inspector, apodado El Inhumano, para iniciar el camino hasta el corazón de la banda. Vio en ella la determinación, la fortaleza mental, los principios claros que harían posible que conviviera con disimulo con esos desgraciados jovencitos fanatizados que mataban en nombre de unas víctimas falsas, las oprimidas por España en el País Vasco. La vio capaz de sacrificar los mejores años de su vida, sin relaciones personales, sin amigos, sirviendo copas en herriko tabernas, para que otros dejaran de sacrificar las suyas matando y amenazando a inocentes.

Sí, hay historias que merecen ser contadas, como dice la promoción de la película. Sobre todo porque son reales y los hay que quieren reescribirlas, como si allí, en el maravilloso casco viejo de San Sebastián, no hubiera habido asesinos escondidos en un piso de una chica que los tenía controlados, una de las que ayudó a acabar con ETA, que avisaba de que las treguas sólo servían para rearmarse. Porque, sobre todo, fueron ellos, los policías y los guardias civiles, los que no les dieron tregua, a costa de perder muchas vidas y de vivir otras, como Aranzazu, muy sacrificadas. Nunca han ido de víctimas y se les han escatimado honores de héroes. Al menos, este lunes, que aplauda el Kursaal a Carolina Yuste, la actriz de Badajoz que se ha metido en la piel de Aranzazu, dirigida por Arancha Echevarría. Que se entere de esos aplausos la policía nacional valiente, con principios, allá donde esté. ¿Pasará?

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