LA TERCERA
Plaza mayor, urbanismo liberal
Nos ofrecen una imagen de modernidad española que proponía una síntesis por relación y no por asimilación
Otras Terceras
Armando Zerolo
No nos faltan ganas de vivir en paz, nos faltan imágenes. A muchos nos gustaría vivir juntos, pero nos cuesta imaginarlo. Estoy seguro de que si hacemos un experimento y preguntamos a muchas personas con qué imagen asocian a la democracia, la mayoría lo haría ... a una urna o a uno de los leones de bronce del Congreso de los Diputados. Pocos lo harían a una plaza o a una calle, y casi ninguno a una fiesta. Por esto propongo un ejercicio de imaginación y memoria, y ver si la historia reciente nos ofrece alguna imagen que nos sirva para actulizar algunos métodos de presencia pública que a todas luces se manifiestan ineficaces.
Pensamos nuestra época como algo excepcional, como si nuestro mundo fuese el carrito de bebé que se despeña por las escaleras de Odesa, y nuestro edificio público la cabaña de palos que Justine, la protagonista de 'Melancolía', ideó para que el pequeño Leo se protegiese del impacto de un meteorito. Nos sobran imágenes apocalípticas y calles sin salida. Y nos falta memoria, que es ese hábito del corazón de exprimir la vida de las imágenes, de hacer latir las ruinas, como bellamente expresa Víctor Colden en 'Mañana me voy' (2023): «Lo que late (en la ruina) es la posibilidad, todo lo que aún ha de nacer».
¿Late hoy en el corazón social la imagen de una vida en paz, o es una foto en papel de estraza para envolver las vísceras de un animal despiezado?
Creo que sí que hay una imagen latente. Es la fotografía de una plaza mayor, la que sea: Valladolid, Ocaña, Salamanca, Ainsa, Madrid, Vich, León o Ávila. Son las plazas de nuestra memoria, y el corazón de nuestras ciudades. Todos hemos pasado por ellas, aunque sea como turistas.
La plaza mayor fue la respuesta propia del barroco español al final de una época que no hay por qué envidiar. El inicio de la modernidad en España no fue pacífico, como no lo fue en ninguna parte, porque ningún cambio de época es amable. La Reconquista, las tres culturas (judíos, musulmanes y cristianos), la frontera, y un territorio sembrado de fortalezas y atalayas que recordaban la amenaza constante de la guerra civil, y de los abusos señoriales. Las aduanas y las murallas testimonian la división y la fragmentación que oxidaba los goznes de las puertas que protegían la ciudad.
No obstante, era una época que agonizaba con dolores de parto. También se fundaron universidades, se construyeron catedrales y se reunieron parlamentos. Se viajó, se rezó y se escribió. Se cultivó el arte y la cultura, el silencio y la explosión de la intimidad. Era una época cargada de tensión que necesitaba dar a luz. Lo hizo de muchas maneras: el barroco, el diálogo naturaleza y gracia, la exploración del mundo desconocido, o la invención del Estado Moderno.
Una de las formas más originales de la monarquía hispánica fue la plaza mayor, que transformó la plaza defensiva y comercial medieval en corazón, con sus arterias y sus venas. Las calles recibieron un nuevo sentido porque desembocaban en una plaza mayor, el lugar adecuado para la manifestación de lo público. Las plazas mayores oxigenaron las arterias de las nuevas ciudades optando por la relación, el intercambio y la libre circulación.
La plaza mayor tiene muchas cosas en común con el foro griego o el ágora romana, en el sentido de que la vida pública y muchas instituciones políticas se desarrollaban también allí, pero es imposible establecer en ellas el origen histórico de nuestras plazas.
Más bien tienen su origen en las ciudades medievales, construidas con un doble fin comercial y defensivo. Nombres de ciudades que empezaron en Francia como Villeneuve…, o en España como Villareal, muestran una fundación muy específica en tiempos de guerra. Eran ciudades fortificadas para ofrecer seguridad en tierra de frontera.
No es probable que cuando Francisco de Salamanca diseñó la Plaza de Valladolid, la primera de su tipo, estuviese pensando en el foro romano. Lo que hizo fue reformar con criterios modernos la antigua plaza y el mercado que se incendiaron en 1561. Y en esa transformación se produjo una asombrosa metamorfosis de la plaza pública, que pasó de ser el recuerdo de un bastión defensivo a un lugar de relaciones multilaterales.
¿Cuál es, pues, la novedad de las plazas mayores que canaliza y da forma constructiva a una tensión que hubiese podido resultar fatal? ¿Por qué son un modelo de modernidad española? Porque lo que tienen de particular es su funcionalidad y no su forma.
-Eran un lugar de comercio donde se juntaban todos los oficios.
-En su centro se solía situar el «rollo» o la «picota», que indicaban la jurisdicción y mostraban al acusado en un ejercicio de publicidad y objetividad de los procedimientos y las leyes. La ley era lo común y la justicia se puso en el epicentro geográfico de la modernidad política.
-En ellas se celebraban los autos de fe y todo tipo de espectáculos públicos.
-De entre todas las actividades destacaba la «fiesta». Se podían llegar a reunir más de sesentamil personas para ver el espectáculo de los toros. Tan importantes eran, que se empezaron a abrir balcones hacia la plaza para poder ver el espectáculo.
-Se celebraban los concejos municipales, que eran auténticas reuniones asamblearias.
Nada de esto fue resultado de un orden espontáneo. Las plazas no crecieron como las setas en el bosque, sino que fueron el efecto de una planificación exhaustiva y, en cierto modo, disruptiva con lo anterior, que se extendió homogéneamente en la planificación urbanística de todas las áreas de influencia de la monarquía española.
La originalidad urbana de las plazas mayores residía, por tanto, en su funcionalidad. Unían en un mismo espacio lo político, lo religioso, lo comercial y lo social, y daban una importancia especial a la fiesta. Concebían el espacio público como un proceso. En suma, esta fue la salida barroca deEspaña a la tensión tardo-medieval: concebir la política como un proceso y no como un producto.
Las plazas mayores son un modelo del pasado que nos ofrece un ejemplo de solución moderna al conflicto. En lugar de hacer una compilación justinianea que ofreciese una imagen unitaria del derecho, o una suma teológica que ofreciese una idea esférica de la Revelación, o una codificación del derecho civil europeo al estilo Napoleón, las plazas mayores nos ofrecen una imagen de modernidad española que proponía una síntesis por relación y no por asimilación.
No debió de resultar nada evidente que, en un contexto de tensiones sociales, religiosas y políticas, la solución fuese crear grandes espacios en el centro de la redescubierta vida urbana para que las partes en conflicto estuviesen todas juntas y en estrecha relación. La solución más probable, cuando hay un conflicto, suele ser separar a las partes, e interponer entre ellas un poder omnímodo. Las plazas mayores y los parlamentos fueron una hermosa excepción.
Es profesor de Filosofía Política y del Derecho en la Universidad San Pablo-CEU
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