BALA PERDIDA
Voto de chavales
Vivimos acorralados por un mundo de espuma, infantilizado y tirando a tontiloco
Un turismo de silencio
Justicia de peluquería
Va dando brincos por ahí la iniciativa del voto a los 16 años. La cosa no llegará a nada, finalmente, pero no veo yo un desatino la propuesta. De momento, empuja en el panorama un debate público que no es nuevo, pero sí, porque ahora ... lo expone inauguralmente la ministra Sira Rego, ministra del ramo de lo suyo, que es la juventud y la infancia. Hay tertulia, o sea, que hay tema. Por rachas, esta propuesta ha sido una pálida idea que quedaba sepultada enseguida, o no tanto. Me interesa del asunto que se multiplican alegremente las voces que desacreditan esta rebaja en la edad del voto, porque a los 16 años no hay madurez. Y ahí se acabó la fiesta. El término madurez es claro, pero no tanto la madurez según la edad del ciudadano, porque hay quien llega a la extremaunción sin salir de la adolescencia y hay chavales o chavalas que se desempeñan en la vida con una precoz solvencia casi celeste. La edad es un rango jurídico, o administrativo, porque la ley, y el mundo, precisa del número, pero la edad, como tal, no es certificado de certeza para suponer responsable a quien va a echar su papel en unas urnas. Es más, vivimos acorralados por un mundo de espuma, infantilizado y tirando a tontiloco, con lo que no somos unos adultos, por lo general, hasta que nos toca demostrar lo contrario. Y hay gentes de 16 años que no sólo ponen trajín en Instagram sino también en los espacios donde se dirime la mejor o peor vida que a todos nos toca, desde el clima a la decencia. Lo que no veo yo es que se explique ni bien ni mal ni regular que la incorporación de españoles más jóvenes al ejercicio de la democracia, con voto, pudiera suponer una zancada de mayor oxígeno en la democracia misma, porque este electorado potencial trae desvelos urgentes como la vivienda, la formación y el ocio. En un país, el nuestro, donde la ley ofrece a los dieciséis la alternativa libre de la salud, el sexo o el trabajo, no veo yo el disparate en incluir, además, el voto. La madurez nunca la avala el deneí.
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