BALA PERDIDA
Mi vida con Redford
Redford ha sido el cine, pero sobre todo ha sido el amante clamoroso que siempre quisimos ser
El kiosco, milagro en extinción
Ernesto Cardenal, entre Marilyn y Neruda
Me gusta escribir hoy sobre Robert Redford porque uno reverencia la belleza, aunque aludir a su muerte es hacer el diagnóstico de la mía. Acaso no hay modo mejor de celebrarse vivo que pensarse de pronto difunto, o predifunto, porque es la extinción lo ... que da criterio y oficio a la pervivencia, y no al contrario. Se ha ido Redford, y así mi vida se va quedando más vacía, porque estuvo en mi juventud, y ya en mi juventud no va quedando nadie, o casi nadie. Se me mueren poetas, futbolistas, cantantes y hasta algunas novias primeras de aquel vecindario de hace muchos años, con lo que, en el recreo de mis ilusiones más jóvenes, ya enseguida no voy a ver sino un cementerio. Redford ha sostenido el amargo don de la belleza, porque el bello acaba mártir, si dura, aunque Redford siempre será el retrato de lo hermoso, avalando que los guapos en el recuerdo son los guapos de sus épocas de esplendor. Sabemos que Redford ha sido el cine, pero sobre todo ha sido el amante clamoroso que siempre quisimos ser, ese hombre que resuelve de modo natural la utopía del enamoramiento. Redford las enamoraba, y nosotros quisiéramos ser él, que también nos enamoraba. En Redford se da el prodigio de la belleza, que todo lo puede, y luego que él ejercía ese prodigio sin farde ni ahínco ni chaladura, entre la melancolía y el despeinado, prorrogando una estirpe única y eterna, donde están Gary Cooper, él y poco más. De la muerte de Redford me importa el recuerdo de mi vida, que a ratos le estuvo mirando, como quien ausculta a un león de ternura que desbarata rápido el corazón de la mujer. Nos servía en dos secuencias el vértigo del romance, pero el romance físico, inapelable, letal, justo el romance que hoy no se lleva, cuando todo es tontuna efervescente de Instagram y la pasión se queda en una foto. Poco a poco, la vida se nos aleja. Con todo, mi camino, a verme solo. Lo escribió el poeta. Y encima va Redford y le empuja a esta larga verdad sin alivio.