bala perdida
La tarumbancia
No todos los jueves nace una palabra, y aún menos una palabra tan hermosa y nítida
Pombo y el gorro
Voto de chavales
Justo hace una semana, en la mañana cipresal y soleada del claustro de la universidad de Alcalá de Henares, nos regaló Alvaro Pombo, vía discurso, una palabra inolvidable: tarumbancia. He aquí un neologismo descomunal y felicísimo, que tira del ancla de la palabra tarumba, ... para auparse hermana de demencia o vagancia o mangancia. No todos los jueves nace una palabra, y aún menos una palabra tan hermosa y nítida, tan furiosa y perfecta, y esto es una insólita noticia que no debiéramos dejar pasar, en medio de la resaca del apagón. Dijo Pombo, con el gorro de náufrago celeste muy puesto: «Que Dios y el propio Cervantes nos bendigan en las múltiples fragilidades y tarumbancias de nuestro descabalado siglo XX y XXI». A mí, de arranque, la palabra me dio un dulce susto, por su gracia de túnel sonoro, y luego, ya repuesto del hallazgo, he visto que, en efecto, la palabra encierra en su novedad la esencia viva, desvariante y tontiloca del momento del mundo, que naturalmente «es un viejo error», según aquella iluminación no superada de los ácratas del camino. Tarumbancia, sí. Eso es lo que hay, una abierta tarumbancia donde vivaquean los que hablan sin decir nada, los que cargan al erario público la tarifa de chavalas, los que dejan la dimisión para mañana, los que hacen política de poltrona de huido, y los que no saben y no contestan. Nos hacía falta una palabra pura y total, tarumbancia, para poner por sorpresa nombre exacto a una época donde Instagram es una filosofía, donde los galgos tienen parentesco previo a un abuelo, donde los jóvenes pillan trauma en cuanto miran una duda, donde la vida, en fin, ya suele quedar lejos de lo que vamos viendo como vida. Encima, es un síntoma de salud ir al psiquiatra, y alimentarse con tontunas de colores. Hasta se nos apaga el país de repente. Hijos somos de la tarumbancia. Naturalmente ha tenido que ser un talento del lenguaje quien nos lo haya dicho, y no la IA, tan sabionda en ignorancias.