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BALA PERDIDA

Pippi Calzaslargas

Un hombre empieza a saberse viejo si se ve más débil que sus recuerdos

Dos campechanos

Oficio de tertuliano

Ángel Antonio Herrera

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No me embelesaba a mí Pippi Calzaslargas, aquella cría de cromo pelirrojo, con las trenzas mal atadas, que venía en la tele de los sábados, ahí en lo alto de mi infancia. Después de Pippi vino Heidi, que yo creo que aún me ... gustaba menos. Pero Pippi estaba ahí, feuchílla en día festivo, en el trajín de su propia serie, y me la acaba de resucitar un recorte de prensa, donde se celebran los ochenta años de la publicación del primer libro con Pippi de protagonista. El personaje sigue vivísimo, y hasta muy próspero, por lo que leo, y a mí se me había muerto, o eso creía, entre Mazinger Z y Marco, el del mono Amedio. No sabía yo que la primera sueca de mi vida era este garabato de niña indómita, y no cualquier vikinga de bikini bárbaro que nos llegó luego, inventando en Benidorm el paraíso terrenal. Porque Pippi era sueca, huérfana de madre, con padre corsario, y vivía fugada de la escuela en una tele que prosperaba a dos ratos de que a Franco lo matáramos de muerte natural. Hablamos del año setenta y cinco, rato arriba, rato abajo. La censura sólo encontró inapropiado el nombre, Pippi, que igual tenía claras resonancias a lo mismo, más el acento. Pero no se asomó a los episodios de la serie, donde Pippi vivía de realquilada en su propia rebeldía, sola como un sable de sol, con dos amigos cómplices, y un caballo de ir trotando en dirección contraria a la autoridad del adulto. Era una okupa del albedrío aquella sueca, una feminista sin aula, un amazona de indignado contento. No sé yo por qué no me fascinó entonces, quizá porque llevaba demasiado credo de trenza, o porque no lo llevaba del todo, pero ahora compruebo que algo de su discordia primaveral sí cundió en mí, algo de su hippismo interior, que también incluía unas pecas díscolas, y todo el atalaje desvariante de la indumentaria, que a mí me desconcertaba bastante, ya digo. Un hombre empieza a saberse viejo si se ve más débil que sus recuerdos. A mí ya me pasa. Y encima aparece la primera sueca de mi vida, que ya suponía olvidada. Pero no. Como que está, novia de varios sábados, ahí en medio del pasado con mejor futuro de mi infancia.

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