La Dorada Tribu
Íker, del podio del fútbol al plató de peluquería
Casillas ha sido no un portero, sino el portero. Le elogiaba Buffon y le maldecía Messi. Y ahora van y le arrastran la foto por las televisiones como si fuera un noviete de gogó
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Iniciar sesiónCasillas, durante tantos años de gloria, pudiera haber sido un pichichi, naturalmente, un pichichi silenciado, un pichichi al revés, porque paraba con mucho mérito, o sea, que marcaba muchos goles, al evitarlos. Casillas ha sido Íker, o al contrario. Un humilde, y una estrella ... . Ahora está en las tertulias de peluquería porque se ha pasado un momento al porno, vía romance o lío o algo así, con una morena de Onlyfans que tanto le ha querido que se va a la tele a contarlo. A Íker estas cosas le joden, y yo lo comprendo. Porque Íker Casillas ha sido no un portero, sino el portero. Le elogiaba Buffon, le maldecía Messi, y le pedían los guantes los poetas de la grada. Y ahora van y le arrastran la foto por los platós como si fuera un noviete de gogó.
En España somos así de alegres, y con poca memoria. Íker está en la zona noble de la historia del Real Madrid, que es como decir en la copa de nuestra vida de felicidad madridista, ahí en lo alto de noches eternas. Íker ha sido una época de oro, o varias, más bien, en el fútbol, y en todo, y era el chico bueno que sólo cogía cabreo cuando estaba en el campo, y a veces ni eso. Tenía algo de dandi del área, que es una cosa que sólo puede darse si el área es la propia. El portero debe tener en el alma un líder, aunque calle, o precisamente si calla. Es el caso. Consta Íker, como futbolista, de los trofeos más altos, y luego como persona resulta un tipo de agrado que nunca dio un susto, y que un día embelesó a la más deslumbradora de la tele, Sara Carbonero. No entra en la tribu de los tatuados, y ha hecho entrenamiento de sonajeros, mientras le tocó ser padre.
Ha sido el chico del primer Mundial de La Roja, el capitán del Real Madrid, un cromo eterno
Cuando ganamos el Mundial, en Sudáfrica, besó a Sara ante las cámaras del mundo entero, y en ese beso la despeinó de sorpresa. La estampa es histórica. Luego, en Madrid, vimos una pancarta inolvidable: «Íker, bésanos. Sara somos todas». Íker ha sido mucho Íker. En aquel Mundial quisieron señalarlo, por estar enamorado, y ganó el Mundial, con la novia a pie de campo, para contarlo. Un tal Mourinho vino un día al Madrid a firmar el acta de defunción del entrenador Guardiola. Y acabó sentando a Casillas, además. Mas o menos desde entonces, Casillas ha estado en su propia casa, pero a veces no tanto. Quiero decir que se fue a Oporto, aunque estuvo en Madrid como siempre, porque a Íker le llevamos en el corazón. Y porque de algún modo Oporto fue una ciudad española, mientras él estuvo ahí, de turista con portería, de madridista pasajero. El rato en que de pronto estuvo enfermo, no hace tanto, estuvimos todos en vilo como si nos hubiera dado un susto de hospital alguien de la familia.
De pronto, un día, dejó el fútbol profesional, y entraba así reventón de novedades en la liga del otro fútbol, el fútbol de la impredecible vida misma, donde ya llevaba mucho rato sin darnos mayor sobresalto o regalo que el relevo de retrato con sus críos en las preceptivas redes sociales. Hasta que está sin estar en las tertulias de telerrosa. Ha sido el chico del primer Mundial de La Roja, el capitán del Real Madrid, un cromo eterno. Para qué juntar aquí sus trofeos, si son incalculables. Con el retiro de Íker, a mí, en concreto, se me fue la juventud, la juventud última que me iba quedando. Cuando dio la despedida en Chamartín, lloró, y la emoción, la suya y la nuestra, nos llega hasta hoy. Habrá más, pero no habrá otro. Porque no se trata sólo de parar penaltis.
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