bala perdida

El exterminio de Instagram

Se ha decretado una felicidad de estampa que no sólo sepulta la vejez, o la tristeza, sino la calle de enfrente

El desorden, ya, es que la realidad de toda la santa vida tiene que parecerse a la realidad de Instagram, que no existe. De modo que una ciudad, por ejemplo, no coincide con la hemeroteca que de esa misma ciudad viene haciendo la tribu de ... Instagram, donde vivaquean los creadores de contenidos. Crean tanto contenido, estos guapos, que ni se parecen a ellos mismos, en las fotos de filtro, ni tampoco los paisajes reales se parecen a los paisajes virtuales, porque Instagram somete a los mismos trucos estéticos a una ninfa en bikini que a la Cibeles al atardecer. No es que Instagram mejore la realidad es que la extermina, directamente. Se ha decretado una felicidad de estampa que no sólo sepulta la vejez, o la tristeza, sino la calle de enfrente. Instagram ya va mandando sobre la realidad, y lo vivo tiene que buscarse parentesco en lo digital, con lo que no sé yo en qué universo de maravilla o espanto nos movemos. Mi ciudad, y la suya, va obligada a parecerse a las fotos que de ella en las redes se inventan, cuando ya tenemos claro que ni usted ni yo existimos, en rigor, porque no estamos en Instagram, o si estamos somos otro, que cambia de retrato a diario. Todo esto es estupefaciente, más un vértigo, y va obligando a soportar una realidad cuyo futuro dicta el pasado, porque Madrid o Sevilla se aúpan antes en los móviles que en la Gran Vía, o en los alrededores de la Giralda, contra toda cordura. Es más verdad, ya, lo expuesto en las redes que el espacio de lo cotidiano, que es donde toma escenario de génesis y arquitectura sin filtros el aspaviento de oficio de Instagram. Hay un mapa real de nuestra ciudad, y otro mapa irreal, en redes, que importa más que el primero. El viajero, y el guía turístico, y el vecino, viven en un despiste, porque no encuentran el sitio que vieron en Instagram, donde todo es joven, y es falso. Una estafa. Sin pretenderlo, los 'instagramers' resucitan al clásico visionario: el mundo es un viejo error.

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