BALA PERDIDA
El estatuto del artista
Un artista es un muerto de hambre. Por ley. Necesita un estatuto, sí, pero antes un solomillo
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Iniciar sesiónEn el Café Lyon de Madrid, donde César González Ruano aparejaba a diario el artículo matinal, a la vista de la afición, un empresario respondía a su amante, que preguntaba mirando desde el asombro al columnista: «¿Y a ese señor le pagarán lo que escribe?».
–Cariño, si a ese señor le pagaran, escribiríamos todos.
Traigo aquí la anécdota porque ilustra muy bien la creencia, tan fatalmente extendida, de que en España la palabra es gratis, que es como decir que es gratis la cultura, o casi. En ese mal hemos vivido siglos, y en ese mal seguimos, aunque ahora va en marcha el Estatuto del Artista, donde al fin los escribientes, y otros exóticos, podrán tener pensión, y además cobrar los derechos de autor. Hay que aplaudir estos propósitos, pero yo los veo poco alivio, admitiendo que entre algo y nada, mejor algo.
El escritor, y el artista, son una rara tribu que vive de su propia precariedad, y se alimenta de lo íntimo. En España, el artista es un pobre de profesión, que va logrando su menú corto de ir pluriempleándose por ahí de camarero o titiritero. Los poetas malviven de dar el sablazo a un amigo, o a la novia, y no cotizan a la Seguridad Social, a menudo, porque un alejandrino no es moneda. Estas miserias en curso no nos adornan de país serio, precisamente, y el afán reciente del Gobierno por amparar a los creadores sí procede celebrarlo, porque la cultura arrastra poco voto, y los que escriben o pintan son cuatro descarriados a los que ir a las urnas les pilla sesteando de resaca. O colocados de inspiración. Pero no vamos a dar el gran tirón de país hasta que no demos mejor vida a los viejos, y a los artistas.
La creación es un sacerdocio, y el tiempo que un escritor no escribe está en rigor investigando, porque su vida es una hemeroteca, y el ocio, incluso, una vitamina laboral. A ver cómo puede leer esto la Administración. De momento, un artista es un muerto de hambre. Por ley. Necesita un estatuto, sí, pero antes un solomillo.
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