Las esencias nacionales

El verano mismo lo ha animado un suceso, el de Daniel Sancho, porque España no es España sin un aquelarre en agosto, más una paella con sombrilla. De modo que ahí hemos tenido a Sancho, más famoso ya que su propio padre y su abuelo juntos, que ha refundado la España profunda, pero en Tailandia. Eso, y que andamos ante un episodio donde no asoma un patán de boina sino un surfista con la melena de Brad Pitt cuando era Brad Pitt. Arriesga a veces el filósofo Diego Garrocho que la belleza está infravalorada, pero no es el caso, en lo de Sancho, porque con un asesino feo no aúpas todos los programas de variedades como si fueran deshoras desordenadas de un telediario. El gentío se ha agolpado en la playa como si fuera el último verano, y a mí esto me gusta mucho, porque creo en el ocio más allá del negocio, bajo la máxima existencial de Hemingway: la vida no se vive, se devora.

La política de desquiciamientos que prospera es lo que hay, un asco de mucha tertulia, pero la botella de aceite ya se precinta de alarma, como un botellón de whisky, como el botellón de champán de olivo que es ya el aceite, codiciado por la lujuria de gourmets y ladrones. Parece que los protagonistas de agosto han sido Sánchez y Feijóo, pero los protagonistas han sido Daniel Sancho y Luis Rubiales. El primero ya está en la trena, y al segundo se la van pidiendo por ahí. España es diferente. Bajo este lema vamos dando mucho tumbo mucho para no movernos del sitio. El fútbol y el asesinato son dos esencias nacionales que no se pierden. En cuanto a las demás esencias, pues ya veremos.