bala perdida
Elogio de Alcaraz
Alcaraz vive en el sacerdocio del tenis, pero habita en la liturgia de la gesta
La estupidez de leer
Taylor Swift, entre la guitarra y la cosmética
Los elogios largos que fuimos gastando en Rafa Nadal podemos usarlos ahora para Carlos Alcaraz, que es el joven titán del momento. Pensábamos que Nadal nos había colmado de alegría con su éxito arrollador, pero ha venido Alcaraz a renovarnos la pasión por la ... pasión misma, el entusiasmo por el entusiasmo crecido, más allá del deporte que ambos practican y encumbran. Quiero decir que asistir a Alcaraz, como a Nadal, es asomarse de pronto al esplendor de la entrega, al atletismo del espíritu, al derroche en camiseta. Alcaraz reinventa el tenis porque levanta un interés, un goce y un embeleso incluso entre los que no tenemos ni poca ni mucha devoción por este deporte. Alcaraz vive en el sacerdocio del tenis, pero más bien habita en la liturgia de la gesta, en la religión del poderío. Ya hemos leído por ahí que tiene cifras, a los veintidós años, que no superaron a esa misma edad ni Federer ni Djokovic, dos jefazos. Con lo que podemos escribir que prospera mejor que ambos, aunque los talentos no conviene tasarlos a bulto. Yo al tenis llegué por las guapas de la pista y por Rafa Nadal, que ha sido como ver jugar a una tormenta durante muchos años. Por Rafa, me he sostenido en él. Alcaraz tiene el descaro soleado de la naturalidad, como chavea, y luego en el juego es un apolo de Murcia que sale de la pista con el alma hecha una braga, después de tanta furia alerta, de tanto combate sacudido, tanto ahínco en alto. Uno asiste al milagro de un chaval como Alcaraz como el que sale a ver un fenómeno meteorológico, como el que se acerca a ver la matemática de una fiera. No estoy hablando de tenis, en su caso, sino del milagro de trascender un ejercicio –el suyo, con raqueta– para darnos el espectáculo asombroso y bárbaro del desafío con uno mismo, el 'show' descomunal de quien sabe que no hay nada más serio que el juego. Lo importante no es ganar, dicen, pero igual sí. Alcaraz viene a prorrogar la eternidad de Nadal.