LA TERCERA
Un aniversario sin champán
«Esta guerra no terminará por sí sola. ¿Acaso otra victoria más, o incluso muchas otras victorias, pondrán fin de repente a este horror? La guerra solo se puede parar, y la única que puede pararla es Rusia, abandonando los territorios ocupados y cesando en sus acciones agresivas contra Ucrania»
Andréi Kurkov
El 20 de febrero de 2024 la guerra ruso-ucraniana cumplirá diez años. No deberíamos olvidar que empezó con la anexión de Crimea y luego se extendió al Donbass. Por supuesto, nadie está pensando aún en el décimo aniversario. Todavía falta un año entero. Pero ... el primer aniversario de la agresión a gran escala de Rusia contra Ucrania está aquí. Se puede tocar con la mano, se puede oír y sentir su aliento abrasador en la piel. Parece que el aniversario se oirá y se verá en todo el mundo. Rusia se está preparando para una nueva ofensiva sin cuartel, para un ataque total con misiles contra Ucrania. El criminal agresor quiere apoderarse de todo el territorio posible antes de que nuestro país reciba los tanques prometidos y los aviones aún por prometer por los aliados occidentales.
Nos encontramos de nuevo al borde del abismo. Y en el fondo del abismo arde la lava caliente en la que quedó incinerada nuestra vida feliz anterior a la guerra y en la que siguen cayendo rascacielos de muchos pisos, iglesias y universidades; un horno inmenso que ya ha destruido cientos de miles de vidas. Ser ucraniano hoy en día es sufrir una terrible enfermedad que se nos ha inoculado deliberadamente. Puede que nos parezca que estamos sanos, pero en la guerra, o cerca de la guerra, no hay personas normales ni estables. Al igual que una enfermedad, la guerra toma el control de tu comportamiento, de tus pensamientos y hasta de tus sentimientos. La guerra empieza a pensar por ti y a tomar decisiones por ti.
Yo también padezco esa enfermedad y no he buscado tratamiento. Me he acostumbrado a ella. No soy soldado ni médico, pero soy ciudadano de Ucrania, amo a mi país y mi vida anterior. Tuve que elegir mi propio frente para sentir que estaba haciendo algo útil. Así que cada día, a partir de febrero de este año, escribo y pienso sobre la guerra. Me rodeo de la guerra y dejo que me atraviese a diario, el día entero. Cerca de medianoche me duermo para volver a despertarme a las seis o antes y buscar todas las noticias del frente de guerra, las de las ciudades y los pueblos de toda Ucrania, las de mis amigos y conocidos, incluidos aquellos que ahora combaten en primera línea y podrían morir en cualquier momento víctimas de las balas o el fuego de morteros rusos.
¿Qué es lo peor de la vida actual en Ucrania? Se podría pensar que son los ataques con misiles contra edificios de viviendas en las pacíficas ciudades del país. Eso es terrorífico, en efecto, pero uno se acostumbra enseguida. Celebré el Año Nuevo en nuestro céntrico apartamento de Kiev con mis hijos y la familia de mi hermano. Vivimos en el último piso de un edifico antiguo. En los primeros minutos de 2023, los misiles y los drones rusos atacaron Kiev y otras ciudades. Se oían las explosiones encima de nuestro tejado: los sistemas antiaéreos ucranianos estaban derribando las armas enemigas. Tuvimos suerte, no cayó nada en nuestra cubierta. De lo contrario, nosotros ya no tendríamos casa.
Estos ataques se han vuelto algo cotidiano, pero eso no es lo peor. Lo peor es que la muerte de una persona se ha convertido en un hecho corriente. La guerra es una cadena de producción de muerte. Cuando, al principio de la invasión, un misil ruso atravesó el apartamento de una amiga matándola al instante, no podía creer que hubiera muerto. Era una periodista joven, tenía planes y sueños.
Desde entonces han fallecido varios amigos míos. Algunos conocidos perdieron la vida debido al estrés o porque no fueron al médico a tiempo. Sé lo que pensaban: se preguntaban cómo iban a preocupar a un médico en esos momentos, cómo podían pensar en su propia salud cuando su país estaba en peligro. Y, para ser sincero, hay muy pocos médicos.
Muchos huyeron de Ucrania y ahora están refugiados en Europa. En las grandes ciudades y en los pueblos más alejados del frente fueron sustituidos en parte por médicos desplazados de los territorios del sur y el este ocupados por Rusia. Pero siguen siendo muy escasos. Algunos médicos del oeste del país también abandonaron sus hogares para irse al este, más cerca de la línea del frente, a atender a los soldados ucranianos heridos. Nunca tantos compatriotas habían tenido que dejar su tierra y correr en todas direcciones, ya fuera para apoyar la campaña solidaria de la sociedad civil o para buscar un lugar seguro para sus familias.
Sin embargo, a pesar de todo ello, a pesar del dolor y la angustia por las pérdidas y de la preocupación por nuestro inimaginable futuro, los ucranianos intentan demostrar al mundo que están bien, que pueden sobrevivir y que ganarán esta guerra. Yo también estoy seguro de que ganaremos. Ya ganamos una vez, cuando impedimos que Rusia se apoderara de nuestra capital, Kiev. Volvimos a ganar cuando liberamos casi toda la región de Járkov de los invasores rusos y no dejamos que capturaran la ciudad, y de nuevo cuando liberamos Jersón. ¿Cuántas victorias más necesitamos para acabar del todo con esta guerra?
La pregunta es retórica. Esta guerra no terminará por sí sola. ¿Acaso otra victoria más, o incluso muchas otras victorias, pondrán fin de repente a este horror? La guerra solo se puede parar, y la única que puede pararla es Rusia, abandonando los territorios ocupados y cesando en sus acciones agresivas contra Ucrania. ¿Ocurrirá? Sí, pero no sé cuándo. Para ello hay que conseguir que los generales rusos y los líderes del Kremlin entiendan que continuar las hostilidades es una absoluta insensatez.
Si no sucede antes del verano o el otoño, esperaremos una victoria ucraniana para el décimo aniversario del comienzo de la guerra, el 20 de febrero de 2024. Sería bastante lógico: la guerra empezó con la anexión de Crimea y debería terminar con su devolución a una Ucrania libre. Es preciso que se haga justicia.
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