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¿Quién ganó las elecciones en EE.UU.?

«El triunfador más notorio de los comicios de mitad de mandato es el republicano Ron DeSantis, reelecto gobernador de la Florida. Encarna en cierta forma un regreso a las doctrinas 'reaganianas' de las que los republicanos llevan tiempo alejados. Lo contrario que Trump»

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Álvaro Vargas Llosa

La frase de Churchill viene como anillo al dedo a las elecciones que acaban de tener lugar en los Estados Unidos: «Tragamos más historia en los Balcanes de la que podíamos digerir». La información es tan dispersa, inconclusa y contradictoria que parece difícil sacar conclusiones. ... Pero con un poco de sentido de las jerarquías y de integridad intelectual, no debería resultar tan arduo. Las elecciones las han ganado los republicanos sensatos (también cabría llamarlos, por oposición a los otros, 'normales'). No, no las han ganado los demócratas, como cierta prensa hemipléjica –para usar la inmejorable calificación de Jean François Revel a quienes en tiempos de la Guerra Fría retorcían la verdad– pretende hacernos creer. Dentro de poco la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, símbolo del Partido Demócrata, entregará el mando de esa institución al opositor Partido Republicano, muy probablemente al representante Kevin McCarthy (si su partido no se decide por otro). Y eso era lo que estaba en juego en estos comicios: no la Presidencia de la república, sino el Congreso.

Los republicanos han arrebatado a los demócratas menos escaños de los que pretendían (serán unos catorce o quince cuando el recuento concluya) pero ellos son desde ahora la mayoría. Eso quiere decir que impondrán el orden del día, la conducción de las comisiones, y que podrán investigar a quien quieran, incluyendo a la familia Biden y sus relaciones comerciales con gobiernos extranjeros, al FBI y sus decisiones politizadas, y un largo etcétera. No sólo eso: podrán bloquear cualquier iniciativa legislativa del oficialismo, es decir de Biden y los suyos.

Los republicanos han obtenido cinco millones y pico de votos más que los demócratas en los comicios legislativos, lo que no es poco. Eso se ha traducido en menos escaños de ventaja de los que pretendían por razones complejas, pero sobre todo dos: la división entre dos tipos de republicanos, los MAGA, como se conoce al culto nacionalpopulista de los 'trumpistas', y los otros, que llamaré 'normales', y la cuestión espinosa del aborto. La Corte Suprema decidió, como se sabe, eliminar la garantía federal que existía y devolver a cada estado la decisión sobre el aborto, lo que puso en el ojo de la tormenta política un asunto en el que muchos conservadores son excesivamente oscurantistas y en el que la línea del partido está en minoría en el conjunto del país.

Pero ganaron los comicios y ahora mandarán en la Cámara de Representantes. Lo del Senado es distinto. La oposición ha obtenido hasta ahora 49 escaños, uno menos de la mitad, y queda uno en juego que se decidirá en una reñidísima segunda vuelta en Georgia en diciembre. En el mejor de los casos, pues, podrían obtener 50 y empatar con los demócratas, que han logrado 50. En caso de empate en el Senado, la vicepresidenta Kamala Harris tiene el voto dirimente, por tanto el control republicano no es posible. Pero aun ganando en el Senado la oposición habría obtenido un triunfo más simbólico que práctico, pues el presidente Biden tiene poder de veto sobre lo que apruebe. También, por cierto, como dije antes, tiene la oposición poder de veto contra Biden en la Cámara de Representantes.

El triunfador más notorio de estos comicios es el republicano Ron DeSantis, reelecto gobernador de la Florida. Ganó en Miami-Dade y atrajo la mayoría del voto hispano, dos logros considerables, y puede decirse que las decisiones que tomó en tiempos de la pandemia –rehusó confinar a personas y empresas, pero promovió las vacunas– han sido refrendadas por el respetable. Encarna en cierta forma un regreso a las doctrinas 'reaganianas' de las que los republicanos llevan tiempo alejados: disciplina fiscal, regulación 'light', libre comercio. Lo contrario que Trump, el presidente bajo el cual el presupuesto federal aumentó a un ritmo cuatro veces superior al que lo hizo con Obama, gastador empedernido, y bajo el cual la Reserva Federal, presionada por la Casa Blanca, hizo crecer su balance, fabricando dinero artificialmente, 66 por ciento. DeSantis ha evitado caer en las constantes provocaciones de Trump, pero tarde o temprano se tendrán que ver las caras.

El voto de hace pocos días indica que hay ya una corriente que se inclina por desplazar a Trump en favor de republicanos 'normales' (y con aura triunfal). Los candidatos al Senado o a las gobernaciones a los que Trump apoyó (Doug Mastriano en Pensilvania, Don Bolduc en New Hampshire, Tudor Dixon en Michigan, por ejemplo) fueron derrotados, y aquellos a los que profesa un odio cerval (DeSantis y, en Georgia, Brian Kemp) ganaron. Pero no concuerdo con quienes lo creen ya cadáver: algunos de sus candidatos vencieron en ciertos estados; su niña mimada, Kari Lake, puede ganar la gobernación de Arizona y Walker podría ganar el escaño senatorial en la segunda vuelta de Georgia en diciembre. La base del partido todavía lo respalda en muchos lugares y su ego descomunal será un palo en la rueda de cualquier candidato potable. Incluido DeSantis.

En el papel, los demócratas debían perder por mucho más. Biden es el presidente más impopular desde Harry Truman (y, si hubiera habido encuestas entonces, desde Herbert Hoover). La inflación es la mayor en cuarenta años y la orgía fiscal y monetaria ocurrida bajo su gobierno desde 2020 ha contribuido decisivamente a ello; la deuda federal ya supera los 31 billones (millones de millones) de dólares y los 5 billones de dinero artificial fabricados desde 2020 han lesionado el poder adquisitivo de trabajadores, ahorradores, jubilados. Por las razones mencionadas, su derrota ha sido menor de la esperada, pero la tendencia es inequívoca y los próximos dos años, sobre todo teniendo en cuenta que las posibilidades de que Biden sea candidato a la reelección en 2024 son inciertas por su edad y condición, serán duros para el oficialismo. La impopularidad de la vicepresidenta –y la percepción generalizada de que carece del peso necesario para optar al premio mayor– no alivian precisamente el fardo con el que cargará ese partido.

Los republicanos están ante una decisión fronteriza en la historia contemporánea: aprendiendo las lecciones de aquello que produjo la rebelión de las bases contra el 'establishment' y llevó a Trump a dominar el partido de Lincoln, pueden dejar atrás esta etapa nacionalpopulista, y volver, renovados, a los principios liberal-conservadores, o pueden perseverar en el error y exponerse, ahora sí, a una derrota humillante en 2024.

SOBRE EL AUTOR
Álvaro Vargas Llosa

es periodista

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