EL BATALLÓN

La última lección

Anteayer comprobamos que este Congreso no es el sitio de Tamames; pero más inquietante es que sea la tierra prometida de personajes del perfil, talento y méritos de López

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De entre todas las lecciones que deja el sainete de la moción de censura hay una que invita especialmente a la desesperanza. La dictó sin quererlo el último de los intervinientes en la sesión y supuso la constatación de que casi cualquier tiempo pasado en ... las Cortes fue mejor si nos atenemos a la intervención de Patxi López, de nuevo Patxi López, que una vez más dio exactamente la talla que de él se espera. No fue ya el descacharrado fondo argumental (por llamar a aquello de alguna manera) de su discurso (ítem más) sino las formas montunas, rayanas con lo cimarrón, que tanto se estilan en este parlamentarismo de ahora; hecho una hidra gesticulante que trata de compensar su astenia en el razonamiento con un tono más propio del parroquiano que, puesto en pie ante el velador de mármol, trata de sentar doctrina en el casino recreativo del pueblo antes de atizarse un solysombra o cualquier 'bajante' después de un copioso almuerzo.

Se dirigía López a Tamames, que miraba a aquel histrión desquiciado como algo tan ajeno a su mundo, a los libros, al análisis, a la instrucción, a algo que se aproxime al concepto más básico de pensamiento y quizá fue entonces cuando don Ramón comprendió que aquel no era su sitio. Pase que tuviera que aguantar estoicamente los dos verborreicos tostones que le despacharon Sánchez y Díaz, él con el disfraz de supermán y ella de Lois Lane, vestida de blanco inaugural de esas nupcias políticas de los dos. Pero lo de López fue demasiado incluso como metáfora del deterioro estructural de la política, de ese contradiós incomprensible que hace que aquí, en España, tierra de promisión para espabiladetes, se pueda llegar a tan altas magistraturas con semejante desnutrición intelectiva. Y esto no tiene que ver incluso con la falta de formación académica superior (venimos de Adriana Lastra, que como él no llegó mucho más allá del bachiller) sino con la sensatez y el sentido común que dan un paseo por la vida 'civil', extramuros de la política, con eso nos conformamos. Cuando le concedieron el Nobel, Saramago dijo en Estocolmo que el hombre más sabio que jamás conoció era su abuelo Jerónimo, un porquero que no sabía leer ni escribir pero que tenía una relación perfecta con su mundo. Difícil que la pueda alcanzar el veinteañero que se conforma con fiar su progresión en la vida a la afiliación a una sigla, sabedor de que el partido le promocionara si se muestra obediente y va aplaudiendo al líder de guardia hasta que le aplaudan a él, como la inconcebible ovación que se llevó López de sus conmilitones tras su desnortada intervención. Son legión los que han elegido ese atajo, los que alcanzan cimas en otro tiempo inimaginables para alguien que, como él, llegó a lendakari sin saberse el Principio de Arquímedes o cualquier rudimento de la formación básica.

Cierto es que anteayer comprobamos que este Congreso no es el sitio de Tamames; pero mucho más inquietante es que sea la tierra prometida de personajes del perfil, talento y méritos de López. Parafraseando a Patxi, se me dirá: «¿Y a ti qué más me da?». Y ese ha sido también nuestro problema.

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