EL BATALLÓN
Definitivamente apocalíptico
Con el ánimo por los suelos, solo nos queda echar cuentas sobre lo que nos cuesta esta broma
El 'señor Ñ' y Minúsculo-Marlaska
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Iniciar sesiónLo peor de todo es la cara de bobo que se te queda cuando cambias de canal la tele y cavilas lo que cuesta ese festival de la ramplonería, por cuánto nos sale esa apoteosis de la brocha gorda, ese hacerse de vientre siempre sobre ... lo mismo (a saber, la derecha, los católicos o cualquier cosa o personaje que a ellos les huela a naftalina) a través de ese decapante que desde años recubre el presunto 'humor inteligente'. Presunto y presuntuoso, porque el remoquete de inteligente es una merced que no merecen quienes, en cuestión de talento o manejo de esa vaselina que es la ironía, son más bien menesterosos. Es cierto que esa banalidad de los cómicos que triunfan hoy, estirando el chicle en este loco mundo, es el reflejo del aguacero de futilidad y otras naderías que el siglo precipitó sobre la sociedad, mientras mantenía entretenido al personal con la revolución digital y otras lustrosas macanas del tiempo nuevo. El chaparrón empezó antes con el Tamagotchi y desde entonces no levantamos cabeza. Ahora, adultos de todo el mundo organizan cacerías de Pokemon. Nos extinguimos, seguro, nos extinguimos...
Persuadidos de que hemos perdido la batalla del relato y de la manera de contarlo, aquellos apocalípticos que Umberto Eco describió somos ahora nosotros, incapaces de integrarnos en una corriente y unos códigos dominantes que no comprendemos, con una semiótica ininteligible, que nos suena a mandarín, y que nos deja tan inermes como aquel chino de Tiananmén ante los tanques. Así que en pleno desconcierto, y con el ánimo por los suelos, solo nos queda echar cuentas sobre lo que nos cuesta esta broma, que es la única cuenta que podemos hacer. En general, si un programa no nos gusta de tal o cual cadena basta con cambiar de canal. Hay oferta suficiente y si no, apaga la tele, o coge un libro. Pero la gran diferencia consiste en que si un contenido de RTVE o uno de sus protagonistas te provoca una alferecía severa, con ese golpe de pulgar sobre el mando no termina nuestra mala leche pues inmediatamente recuerda uno que está sufragando su propio infortunio. El berrinche, entonces, se hace aún mayor cuando nos detenemos a pensar en ese Himalaya de millones que sale de los Presupuestos Generales del Estado, para que los broncanos y lalachuses de turno saquen la mano por la pantalla y te inflen a collejas. Hay un ejercicio de masoquismo al alcance de nosotros, los apocalípticos, que no encajamos en ese hábitat sulfuroso: aguantar apenas cinco minutos las presuntas 'gracias' ideológicas (todas a favor del régimen al mando, naturalmente) de los letreritos que aparecen en ese programa de recortes de antiguas actuaciones musicales en TVE. Cualquier marciano recién aterrizado en la Tierra aprendería el lenguaje del sanchismo en esos cinco minutos. Y quién cabe o no dentro del muro de Sánchez, una vez que Bolaños, marqués de las Yeserías, ha replicado en el Consejo de Administración el Frankenstein que tiene montado en el Congreso. Con José Pablo al frente todo es más sencillo, de él es el esquema, la lluvia fina del humorismo chocarrero que completa la manipulación de los 'servicios deformativos' de la tele de todos, convertida en la tele del «Uno».
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