Catavenenos

El miércoles, decimos, Vladímir Putin participaba por videoconferencia, todo formalito, en la ceremonia inaugural que en Johanesburgo celebraban los llamados Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) mientras comenzaba su purga. Primero el Kremlin deponía a Surovikin, un héroe de la guerra de Siria, conocido como el 'general Armagedón' por sus 'expeditivos' métodos', uno de esos tipos duros al que cabe imaginar comiéndose los mejillones con cáscara. Es el enésimo mando militar caído en desgracia en el Kremlin, liquidado tras el estancamiento de la invasión y la confirmación de que la «operación especial» ha devenido en una chapuza sin matices impropia de una superpotencia militar. La purga del miércoles continuó de seguido con la liquidación de Prigozhin –antes alias 'el cocinero' y más recientemente 'el matarife'– uña y carne de Putin durante décadas que hace unos meses se enemistó con él y amagó con tomar Moscú con sus mercenarios y que había sido la fuerza de choque de Rusia en el Donbás. Su avión, oh casualidad, estalló en el aire cuando sobrevolaba Kuzhenkino, a unos 350 kilómetros de donde se encontraba Putin. De inmediato, todo el mundo (incluido 'Sleepy Joe' en la Casa Blanca, que ahí sí anduvo despierto) dirigió la mirada a la Plaza Roja pues solo hace unos meses un equipo de investigadores multinacional le acusó de derribar en 2014 un avión de Malaysia Airlines en el que perecieron 298 personas. Llueve por tanto sobre mojado...

Desde hace décadas sabemos cómo se las gasta el régimen de Moscú con aquellos a los que, pública o confidencialmente, declara «traidores a la madre Rusia». Navalny, Verzilov, Skripal, Kara-Mursa, Perepilichny, Litvinenko, Yushchenko, Politkóvskaya... La lista de presuntas víctimas liquidadas, dentro o fuera del país, nacionales o extranjeras, a tiros o por medio de polonio, cianuro, atropina o cualquier otra pócima letal es tan larga como el mandato del tirano petersburgués. Hace décadas que presenta una alergia urticante a la libertad; es un caso perdido para los derechos humanos. Está a un palmo del banquillo de La Haya pues como criminal de guerra lo ha dado todo en Ucrania, bombardeando incluso asilos, estaciones, colegios, hospitales... sembrando de fosas comunes el Donbás.

Nieto de un cocinero de Stalin e hijo de un criado del Comité Central, Putin siempre soñó con ser zar. Es un peligro grave para los rusos y para el mundo entero, que sólo encuentra apoyo en lugares y cabezas más o menos averiadas donde la libertad anda en harapos. Le crecen los amigos; al mundo le viene haciendo falta un catavenenos.