LA TERCERA
Florence Delay, entre la ceniza y el rayo
Varios fueron los caminos por los que Florence Delay fue aproximándose al mundo hispano: la cercanía física con la frontera española, la elección de nuestra lengua ya en el liceo 'Jean de la Fontaine'
Dos tareas democráticas para España y Europa
Un autor prohibido en la biblioteca de Lope
Álvaro de la Rica
Existe una conexión secreta entre la idea de la muerte y la de la belleza. Se ha repetido desde tiempo inmemorial que lo mejor de la vida viene de su fugacidad. En 'La Ilíada' leemos que los dioses griegos envidian a los mortales a pesar de que su existencia apenas dure lo que las hojas en los árboles ... . De ese modo, en lo humano, se pasa del mero juego a la tragedia, de la frivolidad a la responsabilidad, de la complacencia a la vulnerabilidad que, como expresó Simone Weil, es lo que dota a la vida de su valor máximo.
No obstante, sabemos también que con la muerte llega la destrucción y la pérdida: lo que, en el cristianismo, se ha representado con la imposición de la ceniza. «Porque ni sueño con volver a vivir lo vivido…», escribe Eliot en 'Miércoles de ceniza'. Lo humano es lo irreversible, lo que no se puede repetir ni recuperar. Ni siquiera una mañana dura la ceniza sobre nuestra frente. «Es ist Zeit», «es tiempo», escribe Paul Celan al inicio del poema 'Corona', expresando la inexorable puntualidad del tiempo humano. Hay un pasaje del libro de Isaías que parece dar sentido a esta idea macabra cuando dice que al que sufre, al final, le será entregada «una corona de belleza». Pensaba en esta imposible relación –entre la muerte, la ceniza y el esplendor– al conocer que el pasado 1 de julio fallecía en París la hispanista Florence Delay.
Florence nació en el año 1941. Era hija de Jean Delay, un eminente neurólogo oriundo de Bayona de Francia y pionero en el descubrimiento y el uso de la farmacología en las enfermedades mentales. Florence creció en un medio ambiente de la máxima exigencia. Escritores, académicos, científicos de primer nivel mundial, pero también todo tipo de personas, incluidos los frágiles pacientes de su padre, pasaban por su casa del distrito XVI de París. Los veranos transcurrían en el país vascofrancés. Un mundo compartido entre ciencia y arte, la capital o la provincia y el mar, la filosofía y la fe, el catolicismo y el protestantismo de su madre, Marie-Madeleine Carrez, en una de esas mezclas que resultan tan provechosas para quien, en su formación, le haya sido dado sortear la uniformidad.
Varios fueron los caminos por los que Florence Delay fue aproximándose al mundo hispano: la cercanía física con la frontera española, la elección de nuestra lengua ya en el Liceo Jean de la Fontaine, unos primeros veranos en Barcelona, decisivos en su trayectoria vital, el descubrimiento de la poesía de Lorca y el estudio del teatro de Miguel Hernández, al que dedicó su trabajo de fin de carrera.
Con ese objetivo viajó a Madrid en 1962, donde conoció a José Bergamín, que será para ella un auténtico 'maitre à penser'. Tras el segundo exilio parisino del fundador de 'Cruz y Raya', entre los años 1963 y 1970, Bergamín le transmite no sólo una visión de España sino un modo de acercarse al arte literario: una forma leve, paradójica, aguda, trascendente, que no abandonará nunca. La literatura como una tauromaquia, también en el sentido de que hay que poner en juego la misma vida.
Se abre por entonces un periodo crucial para ella. Encarna el papel protagonista en 'Proceso de Juana de Arco' de Robert Bresson. Apenas entraba en la veintena. Su sencilla belleza deslumbra al mundo del cine, pero el modo en el que pronuncia las inspiradas palabras de la santa en aquel juicio innoble revela la verdadera pasión que le embarga: el teatro. Durante años trabajará intensamente en ese medio, formándose, interpretando, dirigiendo y traduciendo obras de Calderón y de Lope y reescribiendo una memorable adaptación de 'La Celestina' que fue dirigida en 1989 por Antoine Vitez en el Palacio de los Papas de Aviñon.
Pero, finalmente, sin abandonar del todo la que acaso fue su gran pasión, opta por concurrir por oposición a una plaza de profesor agregado de Literatura Comparada en la Sorbona; gana el concurso y durante décadas se dedica con entusiasmo a enseñar literatura principalmente española. Escribe ensayo, teatro, novelas, traduce, hace algunos papeles más en el cine y mantiene cierta actividad teatral. En el año 2000 será la cuarta mujer elegida académica de la Lengua en Francia, detrás nada menos que de Marguerite Yourcenar, Jacqueline de Romilly y Hélène Carrère d'Encausse.
Deseo evitar a propósito de Florence Delay un ejercicio de 'name dropping'. Admirada por los autores más grandes del siglo, nada sería más fácil, estéril y contrario a su espíritu libre y sabio. Florence se dedicaba sin tasa a cada persona que le salía al encuentro sin importarle su rango. Ni siquiera voy a mencionar aquí las páginas deslumbrantes que dedicó a lo mejor de nuestra literatura, tanto a la del Siglo de Oro como a los autores de la Edad de Plata. No, porque, insisto, no lo considero lo esencial.
Vuelvo a las cenizas y a la belleza. La que vislumbró en el erotismo de Miguel Hernández: «Todo el cuerpo me huele a recién hecho/ por el jugoso fuego que lo inflama/ y la creación que adoro se derrama/ a mi mucha fatiga como un lecho».
Desde el 'Cantar de los cantares' todo erotismo en poesía tiene una doble cara. Florence aprendió en España la gran paradoja de la trascendencia humana y así lo expresó: «El tiempo largo de la Pascua que comienza el miércoles de ceniza finaliza en Pentecostés con un fuerte golpe de viento. Es el fuego que sucede a las cenizas. El mundo al revés. Yo creo en el mundo al revés y en la reversibilidad de los méritos».
El primer libro de ensayo que escribió –en 1987– se tituló 'Pequeñas formas en prosa según Edison' y ha sido reeditado como su último libro publicado en vida, en 2023, con el título 'Zigzag'. En un ejercicio de ensayo creativo comienza recordando el fragmento de Heráclito en el que el filósofo afirma que el rayo gobierna el universo. El rayo que expresa la fugacidad y la fuerza. Pero no es solo eso. Florence Delay sabía trascender el lugar común y lo hacía en cada una de sus obras. Dentro de los límites de lo humano, el rayo ilumina y permite ver, aunque sea por un instante. El rayo que no cesa. «El rayo que me sostiene» de su amigo René Char. Porque Florence sabía que, en la inmensidad de la noche de nuestra ignorancia, el rayo ilumina, con su fugaz belleza, «asustando a los hombres y limpiando el aire» (Kierkegaard).
Es profesor de Humanidades en Cunef Universidad
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete