La tercera
Ramón, ¿bomba o cascabel?
El escritor ha sido anulado de la escena y tan solo saca la cabeza en breves ocasiones, mencionado siempre de puntillas, menos cuando algún ferviente investigador lo recupera
La tierra baldía (29/4/2023)
Cien años de los aerolitos de Ory (29/4/2023)

En el límite entre lo mágico, lo trágico y lo desternillante, ejerció Ramón de artista profético, adelantándose a su tiempo. Él anticipó el éxito del cine sonoro contraviniendo al mismo Chaplin e incluso sembró ideas fascinantes para el posterior arte sonoro; «su estilo que, sin ... tener nada de oral, resuena en el oído interno del lector como si leer fuera sobre todo escuchar», decía Cortázar en su panegírico. Trapecista y orador sin red, Ramón despista jugando en la máscara de lo cómico para aunar en sus párrafos espacios abismales.
Sobrevivió mendigando un salario que provenía de sus artículos en periódicos, en un esfuerzo inagotable sin derecho a paro, sin sueldo fijo, sin honores, ni cargos, ni puestos, ni medallas, escribiendo todas las noches infatigablemente mientras se extinguía la vela que lo iluminaba (escribía como desangrándose con tinta roja hasta el alba).
En 2023 se cumplen sesenta años de su adiós definitivo (murió el 12 de enero de 1963, acompañado de su mujer Luisa Sofovich, en su casa de Buenos Aires). El autor estaba enfermo de arteriosclerosis diabética, y sus pies sufrían gangrena. Hoy yace en el panteón de Hombres Ilustres de Madrid, vecino al cementerio de San Isidro, en un rincón difícil de encontrar y sin tumba propia (ya que comparte morada con su adorado Larra y otro escritor más que, inexplicablemente, se sumó a la lápida).
Si Ramón viviera en pleno siglo XXI con la inmediatez de Twitter, Instagram o YouTube ¿veríamos la lluvia permanente de sus greguerías en torrente cíclico? No en vano una reciente página de Facebook, 'Ramón Presente', postea cada día sus párrafos como la voz invisible de una conciencia literaria inserta en la interminable catarata de noticias. Aunque la respuesta al genio en los medios sea de un silencio espectral, en el fondo late una pregunta: ¿y no fuera quizás esta su íntima aspiración? Su deseo de desaparecer queda manifiesto en 'El libro mudo (secretos)', escrito en 1910.
Este año deberíamos conmemorar el centenario de, por lo menos, ocho de sus obras; 'Ramonismo', 'El alba y otras cosas', 'El novelista', 'Cinelandia', 'La quinta de Palmyra', 'La saturada', 'La otra raza' y 'Senos' (escritas todavía en duelo por la reciente muerte de su madre). ¿Por qué no se reeditan? El escritor ha sido anulado de la escena y tan solo saca la cabeza en breves ocasiones, mencionado siempre de puntillas, menos cuando algún ferviente investigador lo recupera. Ramón siempre se esfuma de los circuitos oficiales huyendo espantado de lo académico.
Pero el peligro que conlleva reivindicar su nombre es evidente pues se corre el riesgo de pervertirlo, distorsionarlo o manipularlo… y lo que es peor aún, juzgarlo. Cuando Ramón vuelve de visita a su país, en 1949, acepta una recepción el día 25 de mayo en el palacio de El Pardo para saludar al Generalísimo, «flamígero y augustal» (empleó esos dos adjetivos, según relata Flórez). En la foto oficial el escritor lleva en su mano un libro para el dictador: es un ejemplar de su novela 'Las tres gracias'. En ella se retrata un Madrid gélido, paralizador y frío, muy frío... Ramón abandona antes de tiempo España, sin quedarse a vivir a expensas del régimen de Franco.
A veces los gestos, y no las declaraciones, valen más que mil palabras. «Alguien tiene que decir, pase lo que pase, la verdad independiente, ni de unos ni de otros», anota Ramón tembloroso con su ilegible caligrafía. Melchor Fernández Almagro sugirió una vía alternativa para la conciliación del territorio en su artículo aparecido en 'El Sol' (4 abril 1933), donde en el último párrafo apunta: «Esa tercera España, tercera en discordia, mayor en número y mejor en calidad, la que medie, arbitre, domine, es la que urge constituir, la que se constituirá seguro. No por equidistancia respecto a los puntos extremos, sino por superación». Meses antes de estallar la Guerra Civil, Ramón escribe: «Yo creo que, entreverada entre esa humanidad que se desprecia mutuamente, hay otra –quizá la mejor– que atiende, sin ese sentimiento odioso ni para los unos ni para los otros, la trayectoria de lo que sucede, y conserva en su mundo privado los grandes sentimientos de la vida, sin egoísmo y sin miedo».
En su inigualable cortometraje sonoro 'El orador', de 1928, Ramón muestra una crítica aguda contra el soberbio gobernante de turno, contra la retórica engolada, patriarcal y engañosa de guante blanco, «por cinco razones tenéis que decir esto», aludiendo al tono superior de barón, «de barón de algo». En internet suma más de veinte mil visitas en el canal del Ministerio de Cultura.
Porque Ramón no era falangista, no era comunista, no era envidioso, no era arribista, no era racista, no era calculador, no era mezquino… Su posición es firme, repitiendo de puño y letra en innumerables ocasiones su rechazo a la lucha armada. Ramón invita al clima risueño, cordial, disparando la imaginación de lo inverosímil. Si no, a su vida remitimos: «Es mi misión –dice–, y me parece una buena misión, en vez de bombas de mano, tirar cascabeles». Rescatar por ello de la quema su figura, su obra encarnada en su persona (aunque hiciera declaraciones contradictorias, aunque en la confusión se equivocara de bando) se hace pues necesario, pero ¿quién sigue a un funámbulo?, dirá de él Azorín.
Ramón, recluido siempre en cuarentena, encerrado en su torre de marfil, apoya al artista como un ser íntegro, sin por ello creer menos hermoso «que el sabio o el poeta abandonen su meditación y su independencia a los imperativos de la acción» ('Heraldo de Madrid', 14 enero 1929). Un mensaje que habla a las nuevas generaciones: «Una emoción de respeto debe silenciarnos, por lo menos, ante esos jóvenes dispersos, lejanos a toda contratación, de vida material difícil, y que solo buscan lo nuevo con angustioso afán».
Enseñemos pues a Ramón, desde edad temprana, en todas las etapas de la vida, porque es lo primordial, indicar lo esencial que no debemos olvidar: «Solo por el humorismo, si hay más humorismo en la sangre de los humanos se logrará detener una nueva contienda. Entre las primas que deberían abundar en el momento debía de figurar la primera: Si salgo de esta catástrofe voy a practicar más el humorismo y voy a enseñar a ser humoristas a todos mis hijos».
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete