casa de fieras

De Umbral

Se envolvía en una bufanda roja para ser dandi por prescripción médica

A otro perro con ese hueso

Por cuatro plumas

De Paco Umbral nos quedan ciento y pico libros y una estela de mamporreros que tratan de imitar su estilo. Lo hacen mal. Como copistas chinos que lo mismo te copian una IA que te hacen una guitarra. Pero dice mucho de lo que ... nos dejó Umbral y de las vocaciones que despierta la envidia de su buen escribir. También una novela que duele, 'Mortal y rosa', que casi es un diario de lamento a cuartillas, así como el costumbrismo de la épica de provincia que tanto añora triunfar en Madrid. Esos diarios son testimonio, casi generacional, de su llegada al Café que no al Gijón. Libros que articulan los textos de su picardía por conquistar coños que se hacen dietarios de seda y frío que regalan con cada frase una sinfonía del español bien encajado. Es música, una armonía de palabras colocadas en su sitio, un estilo asombroso con el que cuenta todo lo que ve a su alrededor como de manera obligada. Como no podía ser de otra manera.

Desde joven se adivina un cansancio en su crónica, de funcionario de la palabra, muy Ruano de quejas pero muy sobrado de pose. Se lo podía permitir. Quizá, en esa percha estaba también su reclamo, el agotamiento de arrastrar una forma de ser creada 'ad hoc' para su literatura; el personaje que se inventó para no hacer ficción. Ser actor de su propia obra, que es la vida misma, al fin y al cabo.

Friolero de enfermedad, Umbral se envolvía en una bufanda roja para ser dandi por prescripción médica. Le daba un punto aún más suyo. También era faltón por indiscreto, valiente con la pluma, pero siempre escondido detrás de un papel para no llevarse las dos hostias que el Académico le prometió y que evitó Raúl del Pozo de milagro. Fue el mejor de los escritores costumbristas, un articulista prodigioso en imágenes y recursos literarios y muy probablemente, el mejor escritor español de la segunda mitad del siglo XX.

Pero también fue un gran polemista. Faulkner dijo sobre la literatura de Hemingway que «nunca escribió una palabra que llevara al lector a un diccionario». La contestación del autor de 'Fiesta' o de la prodigiosa 'El viejo y el mar' fue «pobre Faulkner, cree que las grandes emociones vienen de grandes palabras». Y a Umbral siempre le interesó estar en el lado de la polémica literaria. Así publicó que «Pérez-Reverte ha elegido a Borges como chivo emisario para atacar a todos los escritores de prosa pura, de creación verbal». Y claro, don Arturo le contestó que «debe de ser muy duro ganarse la vida haciendo magníficos artículos de folio y medio cuando lo que a uno le gustaría es ser novelista». Ahí es nada.

Hoy escribo de Umbral porque no hace falta que haya un aniversario, ni efeméride, ni un premio de turno, para volver a leer a los que marcaron tendencia, una época, un estilo. Leer a Umbral es volver a una movida madrileña que él acuñó en su Spleen de Madrid, y es mirar con un filtro garciano, como de documental de La 2, la historia reciente que nos ha traído hasta aquí. Y que sigan los copistas y huérfanos de talento imitándole, es la mejor señal para comprobar que sigue más vivo que nunca.

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