casa de fieras
Sevilla
Sevilla ha enterrado el luto y la gente lo celebra. Se llena de juerga y también de penitencia. Porque es como vivir ayer, como si nunca te fueras
Fin de raza
El coletillas digital
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Iniciar sesiónLe pasa a la lluvia, al fuego, a la mar y a Sevilla, claro. Se llama memoria genética, pero yo creo que tiene que ver con el alma. La pisas y te dice que siempre estuvo allí. Esperando que volvieras. Aquello que dijo el escritor ... de a Sevilla no se va sino se vuelve. Como a las Américas. Como hicieron todos esos marinos y mangantes, rumbo a Nueva España de aventura o de monedas, y que luego regresaban, Guadalquivir arriba, con ese mundo a sus espaldas para contárselo al resto. Capital de las Indias, del duende y la paciencia. Ahora huele entera a abril y te da pena. Y se deja pasear porque no crece; siempre está quieta, con sus paredes blancas, las calles estrechas, los toldos en las barandillas y sus verdes ya de feria. Sevilla ha enterrado el luto y la gente lo celebra. Se llena de juerga y también de penitencia. Porque es como vivir ayer, como si nunca te fueras. Ella siempre estuvo aquí, vinieras o no vinieras, y te recuerda que has sido bobo por tardar tanto en volver a verla. A mí me gusta de noche, cuando ya no quema. Entonces, riegan los jardines y el aire es jazmín, azahar: es primavera. Con el ruido de la calle y el silencio de sus callejuelas, sus dos luces, plazuelas de Santa Cruz y los naranjos del poeta. Ese amarillo que luce de noche, y que pinta de mostaza sus puertas y ventanas. Las rejas, las persianas, sus edificios de piedra. Cómo me gusta Sevilla y su inteligencia. Tiene tiempo para todo y yo, con esta prisa madrileña, nunca he sabido quererla bien, que es como le gusta que la quieran. Se escapa la vida de noche, se gasta en las tabernas. Ceno en La Moneda de Isidro, los Inchausti de Norteña. Sus hermanos en la cocina mientras él derrocha ingenio vasco andaluz, que es como ser dos veces español. Aquí no se come, se celebra. Y los niños aprenden y los mayores les cuentan.
Sevilla se hizo a medio compás, porque prefiere vivir el doble que vivir a secas. Todo eso se contagia mientras Triana, de reojo, gitanísima y flamenca, sigue bailando de noche mientras la ciudad se acuesta. Por eso está al otro lado del río. Allí donde no molesta. Porque Sevilla respeta y es ancha, serena, elegante, canalla, mágica, eterna. Ahora se llena de gente y reparte a quien la quiera. Aunque se quejen algunos que la feria no es la feria, yo tampoco soy el mismo y, sin embargo, lo que importa es lo que queda.
Sevilla, tierra llana, romana, mora e hispana. A media tarde se pone guapa, se abarrota la plaza, Catedral de la Maestranza que se luce, se teme, y ya veremos quién mata a quién, que aquí se templa y se torea. Es difícil irse, pero sé que cuando vuelva no le habrá pasado nada. Es la memoria genética, la de la lluvia, el fuego, la mar y Sevilla. La que al tenerla delante detiene en canciones el tiempo. La que resuena por dentro hasta que, por fin, vuelves a verla.
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