casa de fieras
El sentido del humor
El chiste verdadero no pide disculpas ni se somete a protocolo
Desmontando la 'madrileñofobia'
Mentirse a sí mismo
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEstamos tan cabreados que el sentido del humor es un animal en extinción. De hecho, en España, que es lo que nos interesa, ha pasado de ser un deporte nacional a un crimen de Estado. Antes, el chiste estaba en la barra del bar; ... ahora, en el banquillo. En este país ya no se puede bromear. Se pide permiso, se firma un consentimiento informado y se espera a que el Ministerio de la Seriedad y los censores de la cultura sin talento lo aprueben en el BOE.
Los ofendiditos –esa cofradía de almas estrechas con conexión a Twitter, ahora X– han logrado lo que ni Franco consiguió: que la gente se autocensure en la sobremesa. Lo llaman progreso, pero es una inquisición con wifi. El gran avance tecnológico de nuestro tiempo no es la inteligencia artificial, es la indignación instantánea. Ya no hace falta que algo sea grave; basta con que moleste a una o dos personas. Se nos llena la boca diciendo que España es un país de ingenio, que si Quevedo, que si Jardiel Poncela, que si La Codorniz… pero todos callados como estatuas de sal en cuanto alguien dice algo más picante que una infusión de tila. Imaginen a Quevedo escribiendo hoy: lo tendríamos haciendo haikus inclusivos para las jornadas culturales del ayuntamiento de turno.
La gracia española era una mala leche encantadora que servía para igualarnos a todos, un filtro que no entendía de clases sociales ni de poderes tácitos: reírse del cojo, del rey, del político o de este que escribe. Hoy, en cambio, se nos ha impuesto la risa selectiva: puedes reírte del que toque en la lista oficial, y siempre con tono respetuoso, que no parezca que te diviertes demasiado porque sonreír está penado con el señalamiento.
El problema es de fondo. El humor no está de moda porque el humor no se arrodilla. El chiste verdadero no pide disculpas, no lleva pancarta ni se somete a protocolo. Y por eso molesta. Un país que deja de reírse de sí mismo es un país que se toma demasiado en serio… y créanme, España, con todo lo que tiene, no está para tomarse tan en serio. El otro día, mismamente, recibí las críticas de una banda mucho más peligrosa que los Ángeles del Infierno sin cerveza, o que el Sindicato de Camioneros a las órdenes de John Gotty: los autocaravaneros. Asegúrense, si se topan con ellos, de salir huyendo en dirección contraria. Carecen de escrúpulos.
Así que yo seguiré riéndome: de los ofendidos, de los tontos solemnes, de los cínicos que señalan, pero no admiten ser señalados y, sobre todo, de mí mismo. Y si se ofenden, que se ofendan. Al menos habré cumplido con mi deber como escritor: recordarles que, sin humor, la vida sería un domingo sin resaca o un gazpacho sin tomate. Y eso, señores, no hay cuerpo que lo aguante. Decía Oscar Wilde que «la vida es demasiado importante como para tomársela en serio». Si lo que quieren es llorar, tienen mil motivos importantes para hacerlo. Mientras, dejen que la risa siga siendo la banda sonora de la felicidad.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete