Casa de fieras
Quedarse callado
Los ojos se cruzan mientras ninguno de los dos tiene interés alguno sobre el otro. Encima, el tiempo se ralentiza. Los segundos se vuelven minutos
El vecino perfecto
Le decíamos Bruce
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Iniciar sesiónHay dos o tres segundos en las relaciones entre personas que se hacen eternos cuando uno no sabe muy bien qué decir. Nos sucede a todos, tiene cierta crueldad natural, como de cara de póquer sin probabilidad de victoria. La mayoría de las personas con ... las que interactuamos no nos cae bien del todo. Es inevitable. Son vecinos, compañeros de trabajo, de relaciones laborales o de la propia necesidad de saciar algunos básicos. Uno necesita una barra de pan y debe comprársela al que tenga más cerca, al que hornee a su gusto, o porque el pan es también del Real Madrid. Pero con el tiempo, resulta que empiezas a comprar el pan en la siguiente calle, la que está más lejos, porque el otro ahora las cuece demasiado, o porque en un momento de euforia llegó a decir que Vini era mejor que Mbappé. Entonces deja de caernos tan bien y comienza el bucle de las relaciones catastróficas. Se suma que, a una edad, comienza a relucir aquello de no saber disimular, o de no querer hacerlo, y por eso comenzamos a regalar una mueca de pereza cada vez que una conversación no consigue empezar. Creo que nos pasamos el día tratando de empezar conversaciones que no arrancan nunca. Y los ojos se cruzan mientras ninguno de los dos tiene interés alguno sobre el otro. Encima, el tiempo se ralentiza. Los segundos se vuelven minutos; éstos, horas. Algunas personas, las menos, sí que tienen una fabulosa elocuencia para que no existan los silencios en una conversación. Lo malo es pasar demasiado tiempo con ellas, porque entonces, lamentablemente, cada vez te contarán más veces la misma cosa y eso es otro drama asegurado. A mi lado, en la mesa de un bar, un tipo se bebe dos o tres copas disfrutando de la compañía de nadie. Me pregunto si es que ya ha terminado de hablar, así en general, como si hubiera conocido a demasiadas personas con las que no quiso hablar esos dos o tres segundos. Poco a poco ha ido perdiendo amigos, mujeres, hijos, nietos, compañeros de trabajo, vecinos…; como si nadie le soportara o si él mismo hubiera decidido quedarse callado para disfrutar a su bola de lo que le queda de vida o de bar. Quizá, simplemente, haya preferido regalarse esas copas para él, para acordarse de todo lo que ha podido hablar antes. Y con tanta gente. Por eso me gusta que, en ese momento en la vida de todos en los que ya no nos apetece decir nada más, si no es a las personas con las que uno quiere seguir hablando, aparezca también ese lado que da un poco de pena, porque al principio nos molesta un poco no poder salir al paso con cualquier ocurrencia. Pero al mismo tiempo, en ese silencio en el que decides que ya no hablarás por hablar, hay un calor nuevo, un cosquilleo como los de hace tanto, una satisfacción que te permite seguir a lo tuyo, a tus cosas, en vez de tener que saber de las suyas. Una libertad conquistada como pocas. Ya saben, si no pueden mejorar el silencio, quédense callados.
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