casa de fieras
También esto pasará
Milena Busquets escribe con una tristeza tan fina que a veces se confunde con el capricho
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Brindis por la imaginación
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Iniciar sesiónAyer vi la película 'También esto pasará' (2025), dirigida por María Ripoll, basada en la homónima obra de Milena Busquets, editada por Anagrama en 2015. El libro y la película tratan de convivir y entender las heridas de uno mismo, en este caso las ... de Milena, que tras la muerte de su madre se refugia en Cadaqués para cicatrizar o, al menos superar, el porqué de tanto dolor en un ejercicio de contradicciones y emociones superpuestas. El papel de Milena, Blanca en la peli, está interpretado magistralmente por Marina Salas, y nos abre una ventana a un mundo que reconocemos familiar, entre libros, recuerdos, nostalgia, pena y mucha luz; luz de anocheceres tenues de cala y poca prisa; luz de mirarse dentro; luz de cuando nada dolía; luz de agosto…
Ripoll ha conseguido algo verdaderamente encomiable: trasladar a la pantalla la emoción de lo vivido. La narrativa, aparentemente desenfadada de Busquets es, en realidad, una prosa que cala tanto que en ocasiones empapa y va llenando todo del agua salada de ese paraíso mediterráneo en el noreste de España, donde los veranos de la infancia y la adolescencia parecían eternos. Blanca, es decir, Milena, deja que el dolor se le escape por los ojos sin necesidad de palabras y el resultado es un monólogo íntimo, una danza de pensamientos que se deslizan entre lo profundo y lo frívolo con una elegancia que desarma cualquier intento de crítica. No es un libro pretencioso porque no se puede tener la mala educación de aspirar tan alto, pero precisamente ahí es donde radica el valor del libro y, por ende, de la peli. Porque en ese baile se mueve todo lo que nos pasa: el duelo, la falta, los hijos, el recuerdo, los desamores, lo que está por llegar y, por decirlo en Calamaro: todo lo demás también.
Muchas veces, si no la mayoría, la literatura, las películas, las canciones son la excusa para mirarnos a nosotros mismos. Nos alivia comprobar que la torpeza no es solo cosa nuestra, que la decepción es una de las mejores caras del amor, que el perdón es un superpoder y la derrota, el impulso para levantarse. Todo ese caudal de similitudes son las que nos hacen conectar con un autor, como si esa letra, ese capítulo o ese fotograma lo hubieran hecho pensando en nosotros. Ahí es donde reside la magia de la cultura, en la comunión con un título determinado. Y eso pasa con los libros de Milena.
Escribe con una tristeza tan fina que a veces se confunde con el capricho, como si fuera una mujer fumando a escondidas en un internado francés, como si en vez de escribir estuviéramos escuchando una conversación con una amiga. Sus frases están llenas de una pereza hedonista, como si eso de escribir fuera un lujo innecesario pero inevitable. Y me encanta pensar que, a muchas personas, esa forma de encarar la vida y la literatura les parezca un poco altivo. Porque no tiene ningún reparo en demostrar que está hecha de cada una de sus palabras. Y me quito el sombrero.
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