casa de fieras
Nacho Vegas y el placer
El alivio no es lo mismo que la felicidad. Es más breve, más humilde. No necesita futuro
Nunca es la última
Alejandro Sawa, el príncipe de la bohemia
Escribe Nacho Vegas este verso: «Quizá cualquier placer sea un alivio». Nacho tiene la manía de hacer cosas que duelen, que curan, que recuerdas, que sufres o que dibujan una mueca de bienestar canallesco para el resto del día. De nuevo, tiene razón al decir ... que «quizá cualquier placer sea un alivio». No importa su tamaño. A veces basta un vaso de agua fría cuando hace falta, o el humo del cigarro como si fuera un pequeño milagro cotidiano. Son cosas que no salvan la vida, pero la sostienen. El placer funciona como una rendija. No abre la puerta, pero deja pasar aire. No resuelve el cansancio ni borra la herida, pero interrumpe la presión que se acumula dentro. Ese segundo basta, aunque sea un instante. Hay placeres mínimos que casi parecen insignificantes. No duran, no prometen nada. Y, sin embargo, ahí están, devolviendo un poco de vida a lo que parecía gastado.
El alivio no es lo mismo que la felicidad. Es más breve, más humilde. No necesita futuro. Se conforma con el presente inmediato. Un alivio llega y se va, pero en ese lapso cambia algo: el dolor baja el volumen, el peso se reparte, la oscuridad se rompe un poco. Quizá buscamos demasiado en lo grande, en lo duradero. Queremos que el placer se convierta en sentido, en respuesta. Pero lo que nos mantiene despiertos no siempre es lo trascendente. A veces es el gesto más simple. El placer tiene la forma de lo concreto. No hace falta adornarlo: basta con reconocerlo. «Quizá cualquier placer sea un alivio». Y no hay que pedirle otra cosa. Si la vida es peso, estos momentos en los que se vuelve soportable. Lo demás puede esperar. Mientras tanto, un respiro, un trago, una chispa. Y con eso basta. Leonard Cohen decía que «en la oscuridad, la luz entra por las grietas», y que mejor grieta que un placer que viene a recordarnos que estamos vivos. Para aliviarnos. Para alejarnos de esta cosa tan nuestra de estropearlo todo con y tú más y yo que sé.
Las letras de Nacho Vegas parecen demorarse; tienen su propia medida del tiempo. Se posan en lo pequeño, en lo que de verdad merece la pena. Y en esa pequeñez –tan leve, tan frágil– aparece la hondura. Todo está dicho a media voz, como si la palabra temiera gastarse. Hay un temblor de confesión y, a la vez, una serenidad antigua: la de quien contempla la ruina con una mirada callada. En sus canciones, el tiempo se repliega; la emoción no estalla, se insinúa. Así, lo cotidiano se vuelve literatura.
Este nuevo sencillo de Nacho Vegas es la precuela de algo que vendrá muy pronto. Cada nuevo disco del gijonés es un acontecimiento, y es el mejor antídoto para la mediocridad que nos rodea. El sábado es vuestro, os pertenece. Dejemos de lado la monotonía del escándalo a la que nos estamos acostumbrando. La vida pasa en cualquier canción de Nacho Vegas. Quizá cualquier placer sea un alivio. Y escuchar a Vegas es, sin duda, la mejor manera de entenderlo.