casa de fieras
Los Medici de nuestras cloacas
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Iniciar sesiónSon personas admirables. Reciben premios, envidias, halagos, y sus paredes se alicatan con diplomas internacionales muy caros. Su reputación es alargada, intocable, brillante como una patena pulida en guante blanco de fino lino. Entran en los reservados acompañados del dueño de la sala. Los 'metres' apuntaron lo que pidieron en su última cena ... . Por eso recomiendan la lubina. La trajeron esta misma mañana. Hace mucho que perdieron el control de sus horarios. Una, dos y hasta tres agendas para cuadrar un tiempo que reparten entre iguales. Organizan veladas, van a desayunos informativos y los viernes huyen del despacho a la dehesa. Allí reciben visitas, hablan de cosas, reparten influencia, se piden otra copa, resuelven, organizan, comentan. Sus hijos son príncipes de la espuma de la vida. Las revistas de glamur y estilo codician su foto; mira qué boda más bonita, qué novia, qué islas. Educados, guapos, ricos, deportistas, impecables, sin arrugas. Qué formas, qué modos tan delicados cuando van fuera de casa. Se compran arte, pagan caridad, hablan idiomas.
En pleno renacimiento, la familia Medici era la dueña de Florencia y de media Europa. El sistema que les permitió comerse el mundo era sencillo: usaban parte de su riqueza obtenida por la banca para comprar votos, cargos eclesiásticos y favores a familias de la nobleza. El mismísimo Papa Juan XXIII era un títere de su poder, e incluso miembros de la familia, como León X o Clemente VII, sentaron sus santas posaderas en el trono de San Pedro para repartir indulgencias a golpe de talonario. Su riqueza crecía al toque de su influencia. Su estructura se basaba en la manipulación institucional, las redes clientelares, la legitimación cultural y en la arraigada forma de aumentar el dinero a base de sobornos. Blanqueaban su delictiva existencia financiando las carreras de genios como Leonardo Da Vinci o Miguel Ángel y convirtieron la república florentina en un semiestado absolutista de dinero sucio.
Siempre ponemos el foco en los corruptos, pero nos fijamos menos en los corruptores, aquellos que financian las mordidas y visten de etiqueta. Ya no compran su reputación con arte sino con campañas publicitarias en grandes medios de comunicación. Son casi intocables. Navegan por las páginas de 'Forbes' y del 'Hola' con ese gracejo de buena percha; objetos de deseo de todos aquellos a los que no les parece tan mal que repartan sobres de quinientos a todos esos a los que tanto detestan. Qué pinta de Torrente tienen éstos, decía ayer uno. Porque hay corrupción de primera y de segunda. Parece que a una parte del país le molesta más el palillo en la boca del que se corrompe que el podrido maletín del corruptor. Nos parece deleznable que lo previsible se cumpla, pero se mira hacia otro lado cuando se vislumbra la sonrisa perfecta del todopoderoso empresario que sostiene la codicia de los perdedores. Cuando la única ideología es el dinero, la corrupción y el soborno son las patas en las que se sostiene la mesa de los mayores. Esa a la que no podemos sentarnos. Muchas veces, las peores cloacas comienzan en los retretes más limpios.
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