casa de fieras
A Juan del Val
Has cometido el pecado imperdonable de ganar un premio como el Planeta
El legado luminoso de Sánchez
Un loquero que nos salve
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Iniciar sesiónLord Byron decía que «para todos los oficios, excepto el de censor, es necesario un aprendizaje: los críticos están hechos de antemano». Date cuenta, querido Juan, que has entrado en el muy exclusivo club de los escritores que venden miles de libros. No hay nada que más joda a quien no los vende. ... Te expone, te pintan una diana en la cara, te critican, te menosprecian; en definitiva, te envidian, Juan, te envidian.
Escribir una novela es un ejercicio de autodestrucción. Primero te entregas a la idea; después a la estructura; continuas con el desarrollo de unos personajes que viven en tu cabeza. Perfilas su carácter, su trama, sus idas y venidas. Pensar una novela antes de teclear la primera sílaba es un ejercicio de obsesión; te persigue allá donde vayas, no sale de ti, no encuentras descanso en la vida real porque se apodera de todo, de día y de noche. La novela es un género egoísta, un verdugo que consume cada uno de tus instantes y se los fuma sentado en pipa mientras tratas de entender ese mundo maravilloso que solo te pertenece a ti, que sólo tú conoces porque lo estás creando desde un folio en blanco.
Es entonces, querido Juan, cuando aparece la 'Criticadura', ese régimen sutil –y a veces no tan sutil– de 'expertos' que jamás han parido una frase propia que pueda caminar sin muletas, pero que llevan años coleccionando cadáveres de novelas ajenas en su vitrina como quien colecciona mariposas con alfiler. Tienen el ojo entrenado, aunque a menudo lo único que tienen entrenado es el gesto de desdén, ese rictus profesional que les deja la cara como si olieran a vinagre desde que descubrieron que ellos no podían hacer lo que tú haces.
Y claro, les has dado motivos para un banquete. Has cometido el pecado imperdonable de ganar un premio como el Planeta. Peor aún: vender libros y llevarte un adelanto de pasta con el que sueña cualquier juntaletras. Eso a ellos les duele en un lugar recóndito del pecho, ese órgano donde guardan las frustraciones y los artículos que nadie leyó.
Lo magnífico, Juan, es que ellos creen que te atacan por moral, por estética, por pureza artística, cuando en realidad lo hacen por esa emoción tan humana: la envidia con pretensiones de virtud. Una maravilla antropológica que ahora te perseguirá por ser un ganador de un premio tan importante. Que Planeta haga con su dinero lo que le dé la gana. Faltaría más. Y aquí viene lo irónico, mi querido Juan: los que más te despellejan son los que, en secreto, se están preguntando cómo demonios lo has hecho. Cómo te atreviste a escribir, a publicar, a ganar y, lo más grave, a gustar. Eso sí que no te lo perdonan.
El mundo literario está lleno de almas que solo se sienten cómodas si todos están igual de amargados y empantanados que ellos. Pero tú, Juan… tú has cometido la osadía de triunfar. Y eso, en ciertos círculos, es considerado un acto de violencia. Cada vez que te duela, mira el saldo de tu cuenta y sigue con la siguiente idea.
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