casa de fieras
Los días felices
No sería lógico que todos los días sean verbena, pero sí que aprendamos a dejar de lado todo eso que nos hace peores
La elipsis como modo de vida
El mundo entero gira en torno a mí
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Iniciar sesiónDe pronto vuelve el equilibrio, la medida exacta, la sonrisa perfecta. Se deja atrás el desorden y el pie descalzo, así como la primera resaca de azúcar por la sobredosis de Fanta de limón, en la barra que montaron en la plaza del pueblo. ... Las noches fueron más largas que nunca y ella descubría que las horas duran lo mismo con luz que sin luz. Le dolía un poco la lengua después de comerse la segunda bolsa de pipas. Me preguntaba si después podría tomarse un Indio, una bebida dulzona y asquerosa que empalaga más que un naufragio en la máquina de algodón de azúcar. Corría con unos y otros. De vez en poco me buscaba, pero tardaba un nanosegundo en volver a la primera fila para bailar al son de la Orquesta Paraíso, o Fantasía o no sé qué nombre, pero muy de lentejuela. Al poco apareció llena de espuma de nieve. Me pidió dos euros para vengarse de los que habían rociado su cara con ese potingue estival. Luego la encontré sentada encima de un muro de piedra con dos de sus amigos nuevos. Uno era de Barcelona; la otra de Valladolid. Se conocían del año pasado pero no se atrevieron a hablar. Ella contaba algo de su profesora de lengua y el otro se quejaba del profe de educación física, que si fue atleta profesional y les haría una prueba de mini-Cooper al volver al colegio en septiembre. Entonces ella se imaginaba su vida en Barcelona y estoy seguro que su amigo del verano pensaría en su profe de lengua. La imaginación juega a intercambiarse vidas. Le ocurre también a los mayores.
A las dos de la mañana estaba tan cansada que nos fuimos a casa, aunque nos quedaba un kilómetro y pico de paseo. El cielo lleno de estrellas y en cada paso se marcaba en su memoria una frase, un baile, otra Fanta, un bote de espuma o el petardo que había tirado en el bis de la orquesta. Me dijo que habían sido unas semanas increíbles pero que ya tenía ganas de volver a casa. Pocas personas son tan conservadoras como los niños. No les gustan nada los cambios, por mucho que se adapten a todo pues no les queda otra. Están indefensos ante nuestras decisiones. Pero esa noche, mientras la verbena del pueblo continuaba sonando mientras nos alejábamos hasta casa, ella me dijo que apenas había visto la tele en el último mes, que yo no había puesto el telediario ni una sola vez a las nueve de la noche y que mamá y yo apenas hablamos de todo eso que estaba haciendo aquél del que ella no recuerda ni el nombre. Y me gusta que así sea.
Después de resetearnos deberíamos saber qué piedras llevar en la mochila. No sería lógico que todos los días sean verbena, pero sí que aprendamos a dejar de lado todo eso que nos hace peores. Ella ha quedado en cartearse con sus amigos de Barcelona y Valladolid. De nosotros depende que apaguemos la televisión antes de que los días malos sean más numerosos que estos días felices. Yo lo voy a hacer por ella.
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